Agárrate fuerte. (Master and Commander: al otro lado del mundo, de Peter Weir). | Miguel Bravo Vadillo

En un monográfico que trata sobre barcos, creo que no podía faltar un filme como Master and Commander: al otro lado del mundo (Master and Commander: The Far Side of the World, Peter Weir, 2003), donde la fragata Surprise (definida por su capitán como «un buen buque, de hermosas líneas, rápido y duro a la vela –bolinero– si es bien gobernado») se convierte en un personaje más de la película, quizá el más importante. La Surprise (navío de la armada británica) posee 28 cañones y está tripulada por 197 almas. Su capitán atiende al nombre de James Aubrey (sobriamente interpretado por Russell Crowe). Sus órdenes: interceptar al corsario francés Acheron –en ruta hacia el Pacífico–, cuya intención es llevar la guerra a esas aguas; «hundirlo, quemarlo o apresarlo». La acción arranca en el mes de abril de 1805. Napoleón, se nos informa al inicio del filme, domina Europa. Solo le hace frente la flota británica.

La película de Weir rezuma por todos sus poros un acertado romanticismo de carácter naturalista (propiciado por una extraordinaria fotografía y unos encuadres sugestivos, casi milagrosos), y va envolviendo al espectador, a medida que avanza el metraje, en una progresiva y emotiva épica. La cinta comienza con una portentosa sucesión de imágenes nocturnas de la Surprise surcando el Atlántico, junto a la costa norte de Brasil. Se trata de una cautivadora presentación del navío como protagonista principal y como hábitat en el que deben desenvolverse unos hombres que quizá no han escogido ese destino, pero que tampoco lo rehúyen. No solo se enfrentan a la Acheron (enemigo al que respetan, tanto por tratarse de un navío superior a la Surprise, como por estar tripulado por hombres a los que consideran dispuestos, como lo están ellos mismos, a cumplir con su deber), sino que también deben hacer frente a las calamidades que la madre naturaleza pone en su camino (tanto en la forma de tempestades, como en la de ausencia de lluvia y de vientos favorables); metáforas, en cierto modo, de los peligros que debe arrostrar todo ser humano en su andadura vital. Pero en el caso que nos ocupa, casi podríamos hablar de viril estoicismo, puesto que los tripulantes de la Surprise afrontan la vida con el mismo coraje y pundonor con que se enfrentan a la muerte.

Tras las primeras y sobrecogedoras imágenes en que se nos presenta la Surprise, los hombres que pueblan la nave irán mostrándonos su rostro y sus ocupaciones; y se nos darán a conocer, poco a poco, las usanzas de la vida marinera, la rutina de la guardia nocturna y la llegada de un nuevo amanecer, que se presagia poblado de peligros… A continuación, llegará el primer ataque de la Acheron (que pilla por sorpresa al HMS Surprise), del que consiguen escapar por una mezcla de pericia y suerte encarnadas en la persona del capitán Aubrey (no en vano apodado «Lucky» Jack Aubrey, el afortunado). El capitán no solo hace gala de una extraordinaria pericia marinera, también consigue gobernar diestramente a sus subordinados, mantenerlos unidos aun en las situaciones más difíciles y enardecerlos con patriótico fervor; si bien es cierto que nada une más a un grupo de hombres que el hecho de tener un enemigo común, lo cual es algo que el propio Aubrey tampoco ignora.

Pero si el capitán Aubrey goza del beneficio de la providencia, también a bordo del barco hay un personaje que es considerado fatídico. Se trata del guardiamarina Hollon, a quien sus propios subordinados desprecian como a una especie de temeroso Jonás –un Jonás que no solo rehuyera el dictamen de los dioses, sino, con ello, la empresa cuyo espíritu parece unir a toda la tripulación–. Así las cosas, todo acontecimiento nefasto (esas tempestades y la falta de lluvias o de barlovento a que antes hacía referencia, así como los ataques sorpresivos del Acheron) es atribuido a la presencia a bordo del infausto guardiamarina. Sin embargo, a Hollom no será necesario lanzarlo por la borda a la mar procelosa (como la tripulación hizo con el propio Jonás a petición propia: hasta tal punto se sentía culpable); él mismo, y ante la animosidad que le dispensan casi todos sus compañeros y subordinados, tomará la decisión de suicidarse, pues no se siente menos culpable que el personaje bíblico (quizá porque él es tan supersticioso como el resto de la tripulación). Poco después de que Hollom abandone el barco, la Surprise recuperará el favor de los dioses en forma de lluvia y de vientos propicios; y hacia el final de la película derrotará al Acheron en una última y gloriosa batalla.

Jonás aparece aquí como una referencia a la célebre novela de Melville, Moby Dick, donde se hace evidente que el propio capitán Ahab es la encarnación del diabólico profeta, que arrastrará a toda la tripulación del Pequod a la muerte, a excepción de Ismael (a quien los dioses escuchan). Cabe señalar que la Surprise parece perseguir a la Acheron con la misma obcecación que el Pequod –al mando de su ofuscado y fanático capitán– persigue a la enorme y mortífera ballena blanca. Y aun el propio capitán Aubrey nos recuerda, en un principio, al capitán Ahab: no está dispuesto a volver a casa sin haber dado caza al Acheron. Maturin (el personaje interpretado por un espléndido Paul Bettany) nos remite, por su parte, al personaje melvilleano de Starbuck, cuando acusa a Aubrey de soberbia y de poner en peligro la vida de la tripulación por una cuestión de orgullo y de gloria personal; pero el desarrollo de la trama se encargará de hacernos comprender las manifiestas diferencias de carácter entre ambos capitanes de ficción.

A este respecto, tampoco es casual que logren dar caza al navío francés bajo el disfraz de barco ballenero. Aubrey decide hacer pasar su buque de guerra por un ballenero con el fin de atraer y atacar por sorpresa a la Acheron; pues este tiene por costumbre abordar balleneros, como había hecho poco antes con el Albatross, cuyos supervivientes son oportunamente socorridos por la fragata británica. La idea de camuflarse de esta manera le viene inspirada al capitán Aubrey por los conocimientos sobre ciencias naturales de Maturin, que le muestra, auxiliado por Blakeney (un joven guardiamarina a quien le gustaría ser un soldado naturalista), cómo el insecto palo adopta su peculiar aspecto para engañar a sus depredadores; será entonces cuando el capitán tenga que admitir que el conocimiento de la Naturaleza no es, en absoluto, inútil a la hora de gobernar una fragata (tal y como señaló a su amigo en una discusión precedente, en la que se vieron enfrentados el amor a la ciencia, que profesa el doctor, y el deber militar de defender a la patria, al que se somete el oficial y estratega). A tenor de los hechos, quizá la táctica militar (naval, en este caso) y el conocimiento de la Naturaleza combinen mejor de lo que uno y otro suponían en un principio; y ambos amigos tendrán, en cualquier caso, sobradas ocasiones para mostrarse su mutua amistad y respeto. Por lo que su discusión queda, finalmente, olvidada.

Merece la pena resaltar el hecho de que la vida a bordo sigue su rutina incluso cuando la muerte persigue a la tripulación a popa, como ocurre cuando tratan de huir del corsario francés (que los ha sorprendido por segunda vez) mientras el capitán Aubrey –sextante en mano– da clases a sus guardiamarinas. Y es que todo hombre debe instruirse aun cuando quepa la posibilidad de que se tope con la muerte al doblar la próxima esquina, ya lo pensaba así el propio Sócrates, quien, tras ser condenado a muerte, pasa su última noche aprendiendo a tocar en la flauta una difícil melodía. Pero no es esta la única enseñanza práctica que uno puede sacar de este filme. La principal quizá se circunscriba al conocimiento objetivo de las reglas que rigen la convivencia humana, para lo bueno y para lo malo. ¿Qué somos todos nosotros, sino tripulantes de un barco esférico llamado Tierra? Y, como tales, no solo somos sujetos de derecho, sino que también tenemos deberes que cumplir para con nuestros semejantes y para con la propia Tierra que nos cobija.

No quiero terminar este artículo sin señalar que todos los personajes de la película están dibujados con un primor especial. Y son destacables, además del capitán Aubrey y del ya mencionado guardiamarina Hollom, el doctor y naturalista Stephen Maturin (amigo y eficaz contrapunto intelectual, e incluso musical, del capitán), el teniente Pullings (que será más tarde ascendido a capitán y se hará cargo de guiar a la Acheron a Valparaíso), Blakeney (el niño a quien el doctor debe amputar un brazo, y que se convierte en su camarada y aprendiz; incluso el capitán, que siente un especial aprecio por él, le entregará una biografía del almirante Nelson con el fin de que este se convierta para él en un modelo a seguir) o Joe Plaice (a quien Maturin debe operar de una herida en la cabeza, y cuando vuelve en sí adopta el rol de un iluminado; será él, precisamente, quien presienta y vaticine la presencia del mal en la nave, que todos, a excepción del doctor y Blakeney, achacarán a Hollom). Por otra parte, los guionistas del filme (Peter Weir y John Collee) realizan un trabajo extraordinario y no parecen dejar nada al azar; antes bien, todo cuanto ocurre en la pantalla está anunciado de alguna manera, pues todos los sucesos están íntimamente relacionados entre sí, construyendo una sólida armazón argumental. Peter Weir, asimismo, demuestra una gran solvencia tras la cámara, y prueba de ello son las espléndidas escenas de batallas navales; pero también aquellas en las que el doctor Maturin realiza algún tipo de operación quirúrgica, manteniendo siempre su cámara en el límite que separa lo decoroso de la morbosidad gratuita: el espectador siente escalofríos sin necesidad de que el director muestre planos cruentos o impúdicos, sino valiéndose, como debe ser, de un magnífico trabajo actoral y de un montaje sobrio y ajustado.

Ignoro por completo cómo sería la vida a bordo de un navío de guerra a principios del siglo XIX, pero me gusta imaginar que era tal y como nos la muestra Weir basándose en las novelas de Patrick O’Brian. El cuidado léxico náutico (utilizado siempre en la ocasión apropiada), la concienzuda dirección artística, el envolvente sonido y una banda sonora deliciosa, las espectaculares y realistas imágenes (capaces de introducir al espectador en el filme como si de un tripulante más del navío se tratara) contribuyen, en su conjunto, a hacer de esta película una experiencia cinematográfica excepcional. Y es que es difícil, por no decir casi imposible, ver en el Hollywood actual una buena película de aventuras dirigida a un público adulto, y capaz de aunar a un tiempo valores románticos y naturalistas. Master and Commander es una memorable excepción, que demuestra –una vez más– cómo el cine puede convertirse en una auténtica máquina del tiempo, capaz de trasladarnos con los artificios de su ficción a cualquier momento del pasado con vívido realismo.

*****

Agárrate fuerte (Master and Commander, de Peter Weir). Versión corregida del artículo que fue publicado en la revista de cine Versión Original, en febrero de 2012 (n.º 201, monográfico Barcos).

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