Nunca en la historia de la civilización hemos tenido tantas oportunidades como hoy. Y las oportunidades son tan deseables, ay, como peligrosas. Queremos tener piso propio, conexión a Internet, teléfono móvil, coche, vacaciones, suscripciones a plataformas televisivas, cenar con los amigos, visitar museos, ver los partidos de fútbol en el estadio… Y tampoco es cuestión de hacerle ascos al gimnasio, al curso de diseño o a las clases de yoga.
La oferta se complica aún más cuando hay hijos de por medio a los que, además de vestir, alimentar y escolarizar, hay que entretener.
El lector ya habrá imaginado cuál es el fin de este cuento: ansiedad a raudales. Esa ansiedad de no poder satisfacer la suma de necesidades básicas y de caprichos que, en consonancia con los tiempos que vivimos, ponemos al mismo nivel.
Nunca hemos tenido tantas oportunidades, digo, pero tampoco hemos sido nunca tan esclavos a la hora de satisfacerlas.
Los psicólogos nos informan de que la depresión ha experimentado un repunte tras la crisis del coronavirus, de la que ahora comenzamos a despegarnos en apariencia, si bien ha quedado un remanente psicológico que perdurará en muchas personas.
El siglo XXI se presenta muy apetitoso, con una carta de platos que se meten por los ojos, que estimulan nuestros deseos y que nosotros convertimos en falsa necesidad y por ende en ansiedad.
Para sobrevivir en el mejor de los mundos posibles del que hablaba Leibniz, hace falta empuje, actitud, conocimientos y suerte. Y, por supuesto, un trabajo. Los jóvenes de nuestro país no son afortunados en este aspecto: España es el país con más paro juvenil de Europa (29,3 %). Aumenta, pues, el número de ninis que aspirarán a una Tablet, un móvil o una videoconsola que no podrán pagarse.
La realidad es cruel y tozuda. Menos mal que siempre nos quedarán los vídeos de gatitos en YouTube.
«Los tiempos que vivimos». Artículo de Francisco Rodríguez Criado publicado en «El Periódico de Extremadura», 1/3/2023.
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