Miguel Bravo Vadillo nos ofrece este artículo, titulado «La fuga de Ellie Andrews», sobre la memorable película Sucedió una noche, del gran director Frank Capra. Una película que es, en opinión del articulista, «quizá, la obra cumbre de la comedia romántica americana».
La fuga de Ellie Andrews | Miguel Bravo Vadillo
Él le enseña a mojar los bollos en el café, y piensa escribir un libro sobre el tema; pero ella le enseña a hacer autostop, a pesar de que es él quien pretende darle lecciones al respecto (por cierto, también ella tiene pensado escribir un libro sobre este asunto). Él es un erudito sobre cómo debe desnudarse un hombre, ella es una niña rica que sabe cómo atraerlos. Él va de sabidillo y es algo fanfarrón, ella es la perfecta niña mimada que se escapa de casa sin conocer el mundo en que se aventura. Ambos son bastante egocéntricos y no poco engreídos. Se repelen de inmediato, y se enamoran sin remedio.
Sucedió una noche (It Happened One Night, Frank Capra, 1934) es, quizá, la obra cumbre de la comedia romántica americana. Nunca se ha filmado otra igual y nunca volverá a filmarse, aun cuando todo su equipo técnico y artístico resucitara y volviese a rodarla secuencia por secuencia. Tal confluencia de ingredientes solo se da una vez en la vida. Es una de esas películas rodadas en estado de gracia, y eso que ni los mandamases de la Columbia ni la propia Claudette Colbert creían demasiado en ella. Contra todo pronóstico fue un éxito comercial y de crítica, y se alzó con los cinco Oscar más importantes de la academia.
Clark Gable interpreta a un periodista algo soñador que, al mismo tiempo, sabe cómo mantener los pies en el suelo. Es un caradura algo rudo, pero también un tipo simpático y honesto. En suma, se trata de un personaje cargado de matices que tiene una visión bastante poética de sí mismo, y responde al nombre de Peter Warne. Claudett Colbert da vida a un personaje quizá menos complejo, pero con habilidades ocultas y ocultos sentimientos que ella misma irá revelándose a lo largo de la película, fruto del peculiar enfrentamiento con su casual compañero de escapada. De hecho, puede decirse que para ella su fuga supondrá un viaje de aprendizaje en el que acabará descubriendo aspectos de sí misma que antes ignoraba. Su personaje responde al nombre de Ellen Andrews, la hija de un conocido millonario, y está acostumbrada a conseguir lo que quiere, a no profundizar en ninguna relación humana y, por supuesto, a menospreciar el valor del dinero.
El padre de Ellen –interpretado por un excelente Walter Connolly– ha decidido anular el matrimonio de su única hija con un fatuo llamado King Westley. La chica, completamente contrariada, decide hacer huelga de hambre en un claro gesto de solidaridad con los millones de compatriotas que no tienen qué llevarse a la boca tras la agudísima Crisis del 29; pero su padre se obstina por todos los medios en hacer verdadera justicia social: ya que tantas personas quieren comer pero no pueden, es justo y necesario que los que pueden comer sí lo hagan; y su hija, desde luego, puede. Así que intenta alimentarla a la fuerza. Como el plan de Ellie no parece dar el resultado apetecido, esta resuelve, en uno de sus múltiples berrinches, huir de las garras de su tiránico progenitor, así como de una vida carente de sentido, para reunirse en Nueva York con el que todavía es su marido. Curiosamente, esta insospechada huida la llevará a toparse con una realidad social completamente ajena a su estilo de vida. Entonces, y aunque solo sea por unos días, sí que llegará a experimentar auténtica hambre y a desear tener algo que llevarse a la boca; pero lo pasa mal porque le han robado casi todo su dinero y ha malgastado caprichosamente el resto. De esta forma aprenderá algunas cosas sobre el mundo que la rodea y se reconciliará, por fin, con su agradecido y satisfecho padre, quien la recibe con los brazos abiertos, como el padre de la parábola a su hijo pródigo.
La decisión de huir en autobús no es baladí, pues Ellie –que no es del todo tonta– considera que este medio de transporte es el más adecuado para que una chica de su clase pase desapercibida. Pero, a su vez, Frank Capra aprovecha el viaje de Ellen Andrews en autobús para mostrarnos un paisaje meramente humano: la clase social estadounidense con pocos recursos económicos, es decir, aquella que suele usar este medio de transporte. Así vemos desfilar a lo largo del filme a personajes como el ladrón de poca monta, el pesado de turno (que dice llamarse Shapeley y parece ser un representante comercial bastante ridículo y deshonesto), el marinero que disfruta de un permiso, el vendedor de chucherías («para hacer más feliz el viaje»), el conductor poco elocuente, la madre viuda en busca de trabajo (que se desmaya, porque hace más de un día que no come, y cuyo pequeño vástago es capaz de enternecer a las piedras), músicos sin vehículo propio, estudiantes, mujeres de dudosa reputación y un largo etcétera. A estos cabe sumar un grupo de obreros viajando en un tren de mercancías en pos de un horizonte más halagüeño y los desconfiados propietarios de las habitaciones de camping (siempre temerosos de que sus clientes no les paguen). En medio de esta retahíla de variopintos personajes, y completamente fuera de lugar, intenta desenvolverse la chica millonaria y malcriada por su padre; eso sí, con la ayuda inestimable de un periodista vividor y bravucón que ve en ella la exclusiva perfecta con la que recuperar su empleo en el periódico para el que trabajaba; pues cree, y no se equivoca en ello, que con una exclusiva así podrá reconciliarse con su redactor jefe –un tipo estresado que siempre está de mal humor, pero del que se puede conseguir casi cualquier cosa a cambio de una buena noticia–.
Por supuesto no falta el humor ingenioso y extrovertido a propósito de la guerra de sexos, así como ambiguas situaciones con la sexualidad de fondo, frases con doble sentido y hasta alguna que otra referencia a cuentos de hadas con trasfondo erótico. A este respecto, merece la pena mencionar que Clark Gable y Claudette Colbert no se besan ni una sola vez en toda la película. Todo entre ellos es tensión erótica no consumada. Ejemplo de esa tensión son las inefables murallas de Jericó, simbolizadas por una manta que Gable tiende sobre un cordel para separar las camas de ambos en las sucesivas habitaciones donde hacen noche. Todas las barreras sociales y sexuales que desde un principio separan a los protagonistas quedan simbolizadas por esa manta que, finalmente, se derrumba como lo hicieran las susodichas murallas: al toque de trompeta. Antes de eso, y a pesar de su resistencia inicial, Ellie acabará por comer zanahoria cruda, montar a caballito y recibir algún que otro cachete en el trasero.
Por otro lado, no deja de ser significativo que, durante los pocos días que pasan juntos, a la pareja les roben dos veces y se vean obligados a dar limosna en una ocasión. Incluso en un momento del filme, el impresentable Shapeley (subrayando lo de impresentable) intenta chantajear al personaje interpretado por Gable para que comparta con él la recompensa que el Sr. Andrews ofrece por el rescate de su hija. Y es que estamos ante una comedia romántica en la que Frank Capra no elude la difícil situación social y económica que atravesaba EE.UU. durante la Gran Depresión, aunque no por ello deje de lado su devoción por el gran sueño americano. De hecho, en un par de ocasiones podemos oír una cancioncilla bastante alegre, cuya letra dice algo así: «los jóvenes enamorados nunca pasan hambre»; y con la que parece darnos una optimista receta para solventar cualquier tipo de crisis: mucho amor.
Mención aparte merece el montaje de la película, que está algo descuidado en varias escenas, lo que nos permite rastrear algunas faltas de raccord bastante notorias. En cualquier caso, estos fallos no pueden quitar mérito a un guion perfecto y a una pareja de intérpretes llena de química, que convierten la película –plagada de escenas memorables de principio a fin– en pura magia cinematográfica. Una de esas escenas es aquella en que los protagonistas fingen ser un matrimonio de clase baja, mal avenidos y acostumbrados a discutir, para así poder despistar a los patosos detectives encargados de localizar a la huidiza Ellie Andrews, y donde el dueño del camping culmina la credibilidad de la farsa advirtiendo a los detectives: «Ya les dije que era un matrimonio normal» (comentario con el que el señor Capra parece darnos a entender lo que él juzgaba habría de ser la vida matrimonial de la clase baja americana). Otra escena memorable es aquella –casi al final de la cinta– en que Ellie vuelve a escaparse, ahora del altar en que pretendía formalizar de manera religiosa su matrimonio con el repelente e interesado King Westley (que se presenta en el enorme jardín de los Andrews pilotando un autogiro, el invento del español Juan de la Cierva); solo que esta vez Ellie se fuga en coche, con el beneplácito de su padre y a la búsqueda de su verdadero amor, en una secuencia claramente predecesora de la bochornosa Novia a la fuga (Runaway Bride, Garry Marshall, 1999), interpretada seis décadas más tarde por Julia Roberts y Richard Gere. Merece destacarse, por otra parte, la secuencia en la que se nos presenta al personaje interpretado por Clark Gable, donde este es vitoreado por sus compañeros borrachos al grito de «Abran paso al Rey»; apodo con el que, a partir de entonces, sería conocido en Hollywood el gran actor.
En definitiva, estamos ante una película que encandila de principio a fin y que entretiene no importa cuántas veces la veamos. Al final, por supuesto, triunfa el amor; como no podía ser de otro modo.
*****
La fuga de Ellie Andrews (Sucedió una noche, de Frank Capra). Artículo corregido sobre el publicado en la revista de cine Versión Original en febrero de 2010 (n.º 179, monográfico: Huidas).
Miguel Bravo Vadillo
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