Todos dicen «Sí quiero». (Cuatro bodas y un funeral, de Mike Newell) | Miguel Bravo Vadillo

La poca importancia que en otros tiempos se daba al amor como razón para contraer matrimonio (piénsese en las bodas que se pactaban por razones de Estado o por razones de dote) queda plasmada en multitud de películas pertenecientes al llamado cine de época o histórico. Algunos de estos matrimonios se efectuaban por poderes y sin conocer a la pareja salvo por un retrato, lo cual suponía una auténtica cita a ciegas para toda la vida (piénsese en casos como el de Felipe II y Ana de Austria, por citar alguno). Es cierto que aún no han dejado de existir los llamados matrimonios de conveniencia (de hecho, algún filme hay por ahí –¡ay!– que centra en ellos su argumento); pero cuando la realeza ha dejado de unir naciones en el altar por meras cuestiones políticas, optando por el amor verdadero (como nos gusta creer en el caso de Felipe VI y su esposa Leticia), bien puede uno pensar que por fin los cuentos de hadas tipo Cenicienta han ganado la partida al predominio de otros intereses menos generosos y nobles. Esto demuestra, en cierto modo, que todo es posible si el hombre lo desea con fuerza y se dan las circunstancias propicias para ello. Y nada tiene más fuerza, en verdad, que este corazón nuestro tan frágil.

Descartado el cine histórico –sobre el que no me apetecía escribir para tratar el tema que nos ocupa–, podría haber elegido para cubrir el presente artículo una de esas películas cuyo ficticio argumento gira en torno a una boda de conveniencia; de hecho, barajé varios títulos que luego descarté. Vaya como ejemplo uno de ellos: Matrimonio de conveniencia (Greend Card, Peter Weir, 1990). También pensé en Cuando ruge la marabunta (The Naked Jungle, Byron Haskin, 1958), cinta en la que la pareja protagonista contrae matrimonio por poderes (además de no haberse visto nunca antes), y no inician su relación con buen pie aunque finalmente la pasión surgirá entre ambos, como no podía ser de otra manera cuando dicha pareja está formada por Eleanor Parker y Charlton Heston. Otra película que casi estuve a punto de elegir parar ilustrar este artículo fue La Reina de África (The African Queen, John Huston, 1951), donde en tono de comedia de aventuras se nos presenta un agitado noviazgo en el que los protagonistas, desde luego, llegan a conocerse bien, y cuyas penalidades –las que deben superar entrambos durante la espinosa travesía fluvial que recorren en una destartalada embarcación hasta alcanzar las más quietas aguas del lago Victoria– los unen de manera inapelable. Bogart y Hepburn protagonizarán en dicha película la boda más extravagante que recuerdo haber visto en la pantalla, cuando el último deseo que piden antes de ser ahorcados por un capitán de barco alemán es que este los case; y el capitán, tras declararlos marido y mujer, añade inmutable: «procedan a la ejecución».

Pero también descarté esta opción, porque en un número dedicado a bodas (una ceremonia que nadie tiene la obligación de ejecutar, quiero decir, de celebrar, pero que si te acercas a ella debe ser con convicción y alegría), no conviene ponerse tremebundo. En un caso así, la elección más obvia puede ser la más acertada, y la película de bodas por antonomasia quizá no sea otra que Cuatro bodas y un funeral (Four Weddings and a Funeral, Mike Newell, 1994), una película en la que sí se nos habla de la importancia que tiene el amor a la hora de contener, quiero decir, de contraer matrimonio, o de no contraerlo; porque, en verdad, es una decisión que no se debe tomar a la ligera. Sin amor ni siquiera se debe tomar. Aunque también puedes no casarte por amor y que ese no casarte sea algo que dure para el resto de tu vida, como propone Charles (Hugh Grant) a Carrie (Andie MacDowell) al final de la película, en una clara referencia a las parejas de hecho.

Otra idea que defiende el filme es que existe la pareja perfecta, y que dos personas que se aman tienen derecho a unirse en matrimonio sin que importe su orientación sexual: en el doblaje al castellano escuchamos que dos de los personajes protagónicos, homosexuales, «sienten como un verdadero matrimonio» (en la versión original en inglés se dice que han estado «married all this time»). El espectador llega a sentir una honda y compasiva tristeza cuando, en el funeral de uno de ellos, su pareja dice que el finado prefería los funerales a las bodas, porque se sentía más identificado con una ceremonia (el funeral) que, después de todo, sabía que podría protagonizar algún día (por aquellas fechas aún no podían casarse los homosexuales en el Reino Unido; enterrarse, sí). El funeral es bastante sencillo y emotivo, y sirve de excelente contrapunto dramático al esparcimiento y al audaz humor del que se hace gala en las cuatro bodas a las que hace referencia el título del filme, o mejor dicho, tres, porque una no llega a consumarse. En dicho funeral, un afligido Matthew leerá, para despedir a su amigo Gareth, unos versos de W. H. Auden, poeta muy solicitado en las librerías después del estreno de la película (al igual que el peinado de Grant lo fuera en las peluquerías): cosas del cine y de su poder mediático.

El filme, como todos ustedes saben, catapultó a Hugh Grant al estrellato dándonos a conocer sus excelentes aptitudes para la comedia. Antes había interpretado papeles dramáticos, dando vida a Lord Byron o a Chopin, entre otros, en películas que no tuvieron la distribución que merecían. En cualquier caso, aquí está insuperable en el papel de Charles, un tipo distraído, torpe y encantador a partes iguales. Eso sí, aparece perfectamente acompañado por un elenco de actores muy bien escogidos, cuyas interpretaciones están cuidadas al detalle, desde los papeles principales hasta los más secundarios (incluidos los extras). Por su parte, el director Mike Newell, logra dotar a las distintas escenas que documentan cada ceremonia de una gran naturalidad, mientras que el ligero surrealismo de algunos de sus diálogos las impregna con una comicidad francamente atrevida y refrescante. El resultado final, claro, es excelente.

Cuatro bodas es una de esas películas que a todo el mundo le gusta ver, quizá porque las situaciones cómicas que encontramos en ella no son inverosímiles, aunque algunas pueden catalogarse de temibles para aquellas parejas que deciden acercarse al altar (hecho que las dota de más gracia aún para quienes las contemplan desde fuera); y toda la cinta transcurre con una grata fluidez que nos permite relajarnos y disfrutar de un par de horas de un cine alegre y desenfadado, que marcaría las pautas –y el guionista Richard Curtis tiene mucho que ver en ello– de la comedia inglesa posterior, en mi opinión muy superior a la comedia americana de las últimas décadas (excepción hecha, claro está, del cine de Woody Allen). 

Según parece, Richard Curtis cuenta que se le ocurrió la idea del guion después de asistir a setenta y dos bodas en cinco años (este hombre estaba de boda en sesión continua); eso no es tener una idea, es más bien no poder pensar en otra cosa. Por su parte, el productor Duncan Kenworthy definió la película como «una caja llena de tus bombones favoritos, solo se ven bodas, no la vida real, y eso a la gente le encanta». Desde luego en el éxito del filme tiene mucho que ver la cordial amistad que une al grupo principal de personajes (Charles, Matthew, Gareth, Tom, David, Fiona y Scarlett), un grupo, por otra parte, bastante variopinto en cuanto a sus caracteres personales; pero cuyos miembros parecen conocerse bien y aceptarse mejor, pues se ríen de los mismos chistes y comparten idénticos intereses.

 La película, por tanto, nos muestra un excelente repertorio de escenas y situaciones que se repiten en todas las bodas y otras, como decía, que los contrayentes temen que sucedan (como que el padrino olvide las alianzas y, en el último minuto, deba sustituirlas por unos anillos inenarrables; así como discursos desastrosos, vestidos rotos, sacerdotes inexpertos y disparatados, el plantón en el mismo altar, etc.). El acertadísimo final se resuelve con una especie de álbum fotográfico en el que se nos da a entender que todos los miembros del grupo encontrarán a esa pareja ideal con la que compartir sus vidas. Así, Tom es emparejado con una prima lejana; Scarlett con un guaperas norteamericano; David con una atractiva jovencita que entra a formar parte del grupo de los siete después de la muerte de Gareth; Fiona (que está enamorada de Charles) tendrá que conformarse con otro Charles (aunque con las orejas más grandes); Matthew con un sonriente joven (a quien prestó su rostro el productor del filme, Duncan Kenworthy); y Charles (a quien le encanta asistir a las bodas, pero descubre que el matrimonio y él no están hechos el uno para el otro) no se casará con Carrie, pero no se casará, como cabe suponer, enamorado y para toda la vida, ya que ella dará el sí quiero a tan excepcional proposición.

Por supuesto no falta el vestuario más apropiado para cada ceremonia, decorados maravillosos, una fotografía espléndida y mucho humor y colorido para una película inolvidable que todo el mundo recomendó a todo el mundo en la fecha de su estreno.

*****

Todos dicen «Sí quiero» (Cuatro bodas y un funeral, de Mike Newell).Versión corregida del artículo que fue publicado en la revista de cine Versión Original en octubre de 2011 (n.º 197, monográfico Bodas).

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