«Una sociedad que tolera esta doble moral (…) ha
de impulsar a sus miembros a ocultar la verdad, a
pintar las cosas con falsos colores, a engañarse a
sí mismos y a engañar a los demás».
FREUD.
«Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado».
HERÁCLITO.
Alguien dijo en cierta ocasión que vivimos en una época de coleccionistas. Quizá centrarnos en coleccionar distintos objetos, si bien pertenecientes a una misma serie, nos crea la falsa seguridad de tener una meta en estos tiempos en los que el individuo ha perdido la fe en una verdad colectiva; aunque, tal vez, aquel que es verdaderamente individualista nunca creyó en una verdad objetiva que pudiese valer por igual para toda la humanidad, y por esa razón tiende a crear su propia verdad, tan subjetiva como distintiva (pero esta es otra historia). La colección particular parece convertirse así en una especie de ídolo personal e intransferible, algo que nos distingue de los demás de un modo externo y evidente, a veces incluso ostentoso. Y el proyecto personal de Graham –su colección de cintas de video– es como el de cualquier otra persona, según sus palabras, pero más personal aún.
Camilo José Cela, imbuido de lecturas freudianas, nos dejó dicho que «el coleccionismo, muy a menudo, puede ser típico ejemplo de sublimación sexual. El coleccionista obsesionado llega a convertir su afición en la razón de su vida». La colección de Graham –que vendría a representar un claro antecedente del sexo frío que, en nuestros días, causa furor en Internet– es, desde luego, un sustitutivo del sexo carnal que no puede practicar y, al mismo tiempo, por tanto, un fetiche sexual sobre el que desahogar su frustrada libido. En cualquier caso, el resto de personajes de la película sobre la que versa este artículo también colecciona algo, ya sean traumas, mentiras o plantas…
Según cuenta la leyenda, Sexo, mentiras y cintas de vídeo (Sex, Lies and Videotape, Steven Soderbergh, EEUU, 1989) fue escrita en ocho días y rodada en cinco semanas, con un presupuesto de un millón doscientos mil dólares. Cifras que, a priori, no hacían pensar en un resultado tan espléndido. Pero la calidad de un filme no es siempre directamente proporcional a la cantidad de dinero invertida en él, ni al tiempo dedicado a su guion y rodaje, sino a la cantidad de talento reunido para su realización. Y en este caso el talento aunado para la producción de esta película está fuera de toda duda. El guion es tan brillante y complejo que causa verdadera admiración el hecho de que lo escribiera un joven de veinticinco años (la edad que tenía Soderberg al rodar la película). Desde luego su autor demuestra conocer en profundidad algunos de los ensayos de Freud en torno a la vida sexual y la teoría de las neurosis en el ser humano (el lector interesado puede consultar Tres ensayos sobre teoría sexual, El carácter y el erotismo anal o Aportaciones a la psicología de la vida erótica, entre otros). Por otra parte, la puesta en escena está cuidada hasta el más mínimo detalle, y hablar de la simbología de los objetos que aparecen en la película nos llevaría a extender este artículo hasta límites insospechados. Haremos mejor en dejarlo y en centrarnos en un conocimiento más profundo del cuarteto protagonista.
La imagen del tipo solitario que llega en automóvil a una ciudad –sea su ciudad natal o no, en el primer caso casi siempre tras varios años de ausencia– nos recuerda al inicio de algunos clásicos del cine negro y, si sustituimos el coche por un caballo, también al de más de un western. Dicho individuo, por regla general, no tiene más pertenencias que las que lleva consigo. Este es el caso de Graham (James Spader), quien, además, posee un carácter algo estrafalario que lo distingue del común de la ciudadanía local. Sin embargo, con esa escueta carta de presentación trastoca los cimientos de la sociedad en la que se aventura y establece un nuevo orden en las relaciones personales de aquellos habitantes con los que entrará en contacto. El arranque de la película, por tanto, nos muestra a Graham, un viejo amigo de John (Peter Gallagher) que vuelve a Baton Rouge tras nueve años de ausencia.
Graham no consigue tener erecciones en presencia de mujeres, pero es capaz de alcanzar el placer sexual visionando cintas de vídeo en las que ha grabado a distintas mujeres en una especie de entrevista en la que estas hablan de sexo. Es el perfecto voyeur y una especie de cotilla sexual. En dichas cintas, ellas dan rienda suelta a sus fantasías, y él se siente seguro en esa situación en la que las mujeres aparecen desnudando su intimidad pero, a la vez, son completamente inofensivas, pues se trata de meras imágenes y no de mujeres de carne y hueso. Lo cierto es que su colección, su proyecto personal, es una especie de informe Kinsey, pero con fines privados, es decir, no documentales; lo cual convierte a Graham en una especie de gran masturbador. Pero la razón última de esta inclinación de Graham quizá no sea otra que poder arrancar a esas mujeres los secretos sexuales que no pudo conseguir de Elizabeth (su antigua novia), quien nunca le hablaba de sus deseos más íntimos. Este personaje, el de Elizabeth, al igual que la Rebecca de Hitchcock, nunca aparece en el filme; aunque intuimos que es una pieza clave del mismo.
La casa de Graham siempre está abierta, lo cual nos hace pensar en una transparencia que el personaje anhela pero que está muy lejos de alcanzar por sí mismo y que solo podrá conseguir en una entrevista final y catártica con Ann (Andie MacDowell), la esposa de John. La verdad de ambos sale a la luz en ese momento (cosa que no lograron con sus respectivos psiquiatras), y ambos iniciarán una relación amorosa, presumiblemente más enriquecedora que la que Ann mantenía con su esposo, partiendo de ese punto en el que han llegado a conocerse quizá mejor que muchos matrimonios en toda su vida. A este respecto, cabe mencionar que John solo llega a conocer los verdaderos sentimientos de su esposa a través de la cinta que Graham grabó entrevistándola. Lastimado en su ego, John confiesa a Graham que mantuvo relaciones con su ex novia Elizabeth antes de que estos rompieran. Esta confesión no tiene visos de ser falsa, pero quizá Graham ya lo sabía y fuera esa la razón por la que deseaba entablar una relación con Ann. Llegados a este punto podríamos aventurar que Graham pertenece al tipo de hombres incapaces de mantener relaciones con mujeres libres (lo cual puede que ignore), sintiéndose atraído por las casadas o comprometidas; en este caso concreto, por la mujer de su antiguo amigo. Esto, al decir de Freud, facilitaría «la satisfacción de impulsos agonales y hostiles contra el hombre a quien se roba la mujer amada»; es decir, Graham estaría consumando una venganza contra John, a la par que le demuestra que su esposa tampoco le cuenta todo lo que piensa y siente (tal y como hacía Elizabeth con él).
Llama bastante la atención el hecho de que John y Ann conformen un matrimonio más característico de una educación victoriana que propio de finales de los ochenta. Si bien, tratándose de un matrimonio burgués norteamericano, quizá esto no resulte demasiado anacrónico. De todos modos, se hace evidente que la frigidez de la esposa está íntimamente relacionada con la represiva educación que esta ha recibido en torno al sexo; pero también con la necesidad de degradación del objeto sexual que siente el marido, y que le lleva a buscar una amante a la que no pueda respetar mientras mantiene a la esposa alejada de lo que él considera relaciones sexuales obscenas (satisfactorias para él, sí; pero en ningún modo deseables para la esposa, a la que necesita sobrevalorar). Dicho de otra manera, entiende el sexo de manera deshonesta, porque no aparecen en él debidamente confundidas la corriente cariñosa y la sexual. Por tanto, para satisfacer su instinto sexual, su instinto primario o animal (alejado del cultural, del civilizado), necesita una mujer a la que juzga inferior desde el punto de vista ético. Esta mujer no es otra que Cynthia (Laura San Giacomo), la promiscua hermana de Ann, a quien aquella envidia por su reputación de hija y esposa perfecta, y con la que John puede follar sin escrúpulos. De hecho, a Cynthia no le cuesta nada en absoluto superar lo que otros consideran barreras morales o prohibiciones convencionales, porque ella tiene asumido que solo así puede satisfacer su libido. Para Cynthia, John no significa nada en absoluto; pero tampoco ella es para John el objeto de su amor, lo cual puede deducirse de la distinta reacción que este tiene al enterarse de que tanto su amante como su esposa han grabado una entrevista para Graham.
Por otra parte, Ann odia a Cynthia porque se permite vivir con la libertad que ella no ha sido capaz de conquistar. Ann permanece ligada a su marido por un complejo de servidumbre (dejó su trabajo para cuidar del hogar, del que es una maniática del orden y la limpieza), tiene problemas para asimilar la masturbación y cree que el sexo está sobrevalorado (lo cual hace pensar que, en realidad, el sexo la obsesiona y que, además, nunca ha disfrutado de él). Pero no siente por su marido el menor cariño, y solo logrará liberarse de su negativo influjo cuando se vengue de él. Al descubrir su infidelidad, se vengará del marido en la persona de Graham, y este acto de venganza hace que, por fin, se libere de dicho complejo de servidumbre. Además, su liberación es doble ya que se ha vengado del marido realizando un acto para ella prohibido (el adulterio); pues, como ya hemos dicho, Ann ha desarrollado su sexualidad bajo el influjo de la prohibición. A este respecto, es revelador que en la entrevista con Graham recupere su apellido de soltera.
En definitiva, cabe decir que los cuatro personajes principales de este filme reprimen sus emociones más íntimas y se encierran en sí mismos, temerosos de sincerarse con los demás. Soderbergh permitirá, no obstante, que la verdad de estos salga a la luz al final del metraje; aunque, como él sabe muy bien, «nada es verdad, excepto lo que no se dice» (Jean Anouilh). Y, por tanto, «la mentira también es una forma de talento» (Cioran).
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Un atípico proyecto personal (Sexo, mentiras y cintas de vídeo, de Steven Soderbergh). Versión corregida del artículo que fue publicado en la revista de cine Versión Original en abril de 2011 (n.º 192, monográfico: Coleccionismo).
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