Lo peor es el abandono, esa sensación de orfandad mientras se despide de una mujer y un hijo, dos hijos, tres hijos (tres pequeños espejos distorsionados en los que mirarse cuando necesita aferrarse al mundo) en la sala del aeropuerto, donde los dejará –y le dejarán– con la excusa de iniciar unas vacaciones para aprender idiomas en el extranjero, o simplemente para visitar en la casa de campo a la abuela de los niños y la madre de ella (todo el mundo ha tenido una madre menos él), ese abandono que se repite cada año, con más intensidad por estas fechas de estío que son tan ingratas para él porque el jefe, la oficina, el trabajo que no respeta a un padre y a un marido… Un abandono que le obliga, todavía en la sala del aeropuerto, a retirarse cabizbajo para hacer sus cosas, trabajo y más trabajo, pero no sin antes telefonear a Marta, a quien hace meses que no ve, para preguntarle cómo le va la vida y si puede visitarla esa noche, necesita hablar con ella, tumbados los dos en esa cama tan espaciosa y tan conocida, esa cama en la que fumar un cigarrillo antes y después de cada efluvio de amor, y allí, entre sábanas mancilladas, contar y contarse (el trabajo, la mujer y los niños, ese viaje al extranjero o la casa de campo de una mujer anciana y engreída que le mira por encima del hombro), contar y contarse que está solo y le duele la vida, sobre todo en este incierto mes de agosto, que ya es fastidio que todos los años vuelva un antipático y reincidente agosto, y él no tenga otra solución –eso no se lo dice– que yacer junto a ella, ella la que nunca dice no y le cuenta –¿eran cinco o seis?– los lunares de su velludo pecho, por favor date prisa, estamos jugando con fuego, antes de la dos de la mañana, cuando el marido –siempre hay un marido– regresa al hogar tras una dura jornada en el taxi, ese marido cansado y taciturno que nada sabe o que quizá lo sabe todo y calla consciente de que su vida, como todas las vidas, está impregnada de una sensación de abandono que todo lo emponzoña y que, como el agua o los gases, busca su pequeña rendija para escapar al exterior en busca de aire fresco.
El relato corto «El abandono», de Francisco Rodríguez Criado, forma parte del libro Hombres, hombrinos, macacos y macaquinos. (Comprar en Amazon). Puedes leerlo gratis si tienes Kindle Unlimited. Si no lo tienes, pruébalo gratis