«Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado, pues es difícil de encontrar y sorprendente cuando la encuentras».
HÉRACLITO
Existe una enorme diferencia entre narrar una historia en primera persona desde la perspectiva de un narrador que es, a su vez, protagonista del relato, o hacerlo en tercera desde la perspectiva de un narrador omnisciente. El narrador omnisciente es infalible, y lo es por pura convención entre autor y lector; por tanto, debemos confiar en él para comprender los entresijos de la historia. Cualquier otro tipo de narrador es falible, y debe inspirarnos desconfianza (así lo dispone también el autor); es decir, no debemos tomar como completamente fiables ni las percepciones ni los juicios que emite un narrador en primer persona –ya se trate del protagonista o de un simple testigo de los hechos–, en tanto que sus opiniones son subjetivas y, por tanto, la historia que narra no puede ser en modo alguno objetiva. En el caso de Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944), su director y guionista escoge acertadamente la perspectiva del narrador en primera persona. De este modo, al espectador solo le llega la información que conoce el protagonista del filme y, a su vez, personaje narrador del mismo (el agente de seguros Walter Neff, interpretado por Fred MacMurray), y nos vemos obligados a utilizar nuestra imaginación para rellenar los vacíos argumentales que el propio narrador, por su condición de no omnisciente, desconoce; así mismo, debemos esforzarnos por desentrañar los aciertos y errores que comete este narrador en la interpretación de los hechos que acontecen a su alrededor. Esto hace que determinadas historias contadas en primera persona, además de ganar en inmediatez, lo hagan en ambigüedad y resulten, con ello, mucho más sugestivas. También es cierto que ganan en credibilidad porque, aunque no creamos que todo sucede en la historia tal y como lo narra el protagonista, sí creemos que él ve las cosas tal y como las está narrando; a no ser que mienta intencionadamente, como hacen los personajes de Rashomon (Rashômon, Akira Kurosawa, 1950), donde el maestro japonés nos enseña cómo utilizar varias perspectivas para enriquecer una misma historia, aunque todas sean intencionadamente falsas (a excepción, quizá, de una de ellas).
La trama argumental de la película que nos ocupa quedaría mucho más clara para el espectador si sumásemos a la perspectiva de Neff la de Keyes (el personaje interpretado por Edward G. Robinson) y la de Phyllis (el personaje de Barbara Stanwyck); y mucho más clara aún si fuese narrada en tercera persona, desde la perspectiva de un narrador omnisciente. Pero Wilder sabía que la perspectiva de un solo personaje narrador (que se dirige al jefe de siniestros, Barton Keyes, a la par que al espectador) era la más adecuada para contar esta historia; porque así podía callar todo lo que le interesaba callar (justo aquello que el narrador desconoce: no creo que Walter Neff mienta a propósito en ningún momento, pero sí es verdad que ignora muchas cosas) y dejar, a su vez, parte de la historia solo sugerida (con lo cual también burlaba a la censura de aquellos años). La película gana muchísimo utilizando este recurso, sobre todo con la absoluta maestría con que lo utiliza Wilder; es decir, no dando toda la información, pero sí dejándola sobreentendida en el propio discurso del protagonista aunque este no sea consciente de ello.
No hay espacio en este artículo para narrar la película en tercera persona –ya me gustaría–; pero sí daré algunas claves para comprender la película tal y como yo la veo y quiero creer que la veía Billy Wilder. A mí me encajan todas las piezas, y, como no parecen encajar de otro modo, deberíamos suponer, según el método deductivo de Sherlock Holmes, que dicho ajuste no es una simple coincidencia y que se ajusta a la verdad de los hechos.
Esta película es una obra maestra de ese genio del cine que fue Billy Wilder, y hay que partir de esta base para poder interpretarla. Lo diré de otra manera: Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944) es una película que hay que ver con sentido del olfato, no solo con la vista y el oído. No basta con ver y oír la película, también debemos olerla. Queda, pues, advertido el lector de este artículo y futuro espectador de esta genial película. El propio Wilder ya nos lo advierte en una de las primeras secuencias del filme: «El asesinato puede oler a madreselva». ¡Oler!
Desde su primera aparición en escena Phyllis (la segunda esposa del señor Dietrichson) comenzará a comportarse (aunque ella no lo sabe, ni lo sabrá nunca) como la típica femme fatale de las películas de cine negro: no solo no se siente intimidada por el descarado coqueteo de Walter Neff, sino que está dispuesta a utilizarlo en su propio beneficio. Su plan consiste en matar a su marido y hacer que parezca un accidente para cobrar la indemnización de su seguro de vida; pero sabe que no podrá hacerlo sola. El agente de seguros es el cómplice perfecto porque conoce los entresijos de ese mundo al que ella pretende burlar. Si el cómplice es ambicioso, pues tanto mejor: más fácil le resultará a ella engatusarlo. Ahora bien, su cómplice necesita cumplir dos requisitos más: que le gusten las mujeres y que no sea demasiado listo. Walter Neff cumple todos los requisitos. No así Barton Keyes, que incumple todos ellos (salvo el de trabajar en una agencia de seguros) y, por tanto, no le habría servido de nada. Keyes es homosexual, es inteligente y, además, no es ambicioso. Aceptar la homosexualidad de Keyes es fundamental para la completa comprensión de la película. Y decisivo es también el perfume de Phyllis, que va dejando tras sí un rastro fragante y cautivador.
«El perfume que llevas, ¿cómo se llama?», le pregunta Neff. «No lo sé, lo compré en Ensenada», responde ella. El diálogo anterior tiene lugar en el apartamento de Walter Neff. Es la primera vez que Phyllis va a su apartamento, y Walter sabe perfectamente a qué ha ido (de hecho la estaba esperando), y no deja pasar la oportunidad de hacer el amor con ella; aunque sabe lo que eso significa: tácitamente han sellado una perversa alianza. Un cigarrillo él, un retoque de carmín ella, y aquí no ha pasado nada; salvo que se ha puesto en marcha la maquinaria que habrá de acabar con la vida de un hombre.
La tarde del 15 de julio de 1938 (esa misma noche habrá de cometerse el crimen) Keyes va al despacho de Walter para proponerle un aumento de sueldo y un puesto de trabajo como su ayudante personal: quiere tener siempre cerca al hombre que ama en secreto, y del que quisiera conseguir algo más que el fuego de una cerilla. «Se amontonan demasiados papeles en mi mesa y me están agotando los nervios. Me paso las noches dando vueltas por la cama, necesito un ayudante y he pensado en ti», le dice Keyes. «¿En mí?, ¿por qué en mí?», pregunta un sorprendido Walter (no le sorprendería tanto que hubiese pensado en él para un ascenso si realmente fueran buenos amigos, como defienden algunos críticos; además, ese «he pensado en ti» se vuelve mucho más revelador cuando se lo une a la frase «me paso las noches dando vueltas por la cama»). «Se me ha ocurrido la idea absurda de que tú podrías servir», responde Keyes simulando indiferencia. Poco después llama Phyllis por teléfono. Walter debe fingir que habla con otra mujer, una tal Margi; pero lo hace de una manera bastante torpe: Keyes se huele que algo no va bien. Además, le molesta que Walter tonteé con mujeres. Este le pide a Keyes que le espere en su despacho, pero Keyes le dice que no tarde mucho y continúa en su lugar, fingiendo que lee unos documentos (siente la curiosidad propia de los celos). Walter prefiere no insistir, y acaba la llamada; después, Keyes le cuenta que una vez estuvo a punto de casarse pero que supo evitarlo a tiempo. Sin embargo, esa historia tiene todos los visos de ser falsa. Walter nos inspira confianza en la veracidad de sus palabras (como ya he dicho, él no miente; aunque no sepa toda la verdad sobre lo que está contando), pero las palabras de Keyes cuando habla de esa supuesta novia nos parecen impostadas. Keyes, ¡qué duda cabe!, es más inteligente que Walter; pero también más taimado: no solo intuye cuando alguien le está mintiendo, sino que sabe mentir mejor que nadie. Conoce todos los trucos de su profesión, pero también, a fuerza de ocultar a los demás sus inclinaciones sexuales, ha desarrollado un fino sentido de la astucia. Walter, al fin y al cabo, es tan solo un tipo ambicioso e ingenuo que no ha sabido evitar que una mujer malintencionada lo enrede con sus encantos en una aventura criminal.
Walter y Phyllis matan al señor Dietrichson esa misma noche, tal y como tenían previsto. Aparentemente todo sale bien, pero dos días después comienza la investigación de la compañía de seguros; y Keyes (que estará al frente de la investigación, ayudado por ese enanito que dice tener en el estómago) es un sabueso al que nada se le escapa. Por si esto fuera poco, recibe la ayuda inestimable del propio Walter, que, cada vez que habla con él, se comporta de una manera torpe, como si, inconscientemente, deseara delatarse (al más puro estilo de esos personajes atormentados por su propia culpa que pululan por las novelas de Dostoievski).
«Walter», «Hola, Keyes». «Ven conmigo, el jefazo quiere verte». «Por el asunto Dietrichson?»(pregunta Walter de manera imprudente, ya que nadie en la oficina le había dicho que había muerto: seguramente Keyes fue el primero en enterarse y el único, a parte del jefe, que lo sabía en ese momento). «Puede», contesta Keyes. «¿Ocurre algo?». «Pues que ha muerto y lo teníamos asegurado…». En la oficina del jefazo se reúnen este, Keyes, Walter y, más tarde, Phyllis. Keyes dice no tener ningún presentimiento, ninguna corazonada sobre el caso (miente); luego defiende a Walter cuando Norton (así se llama el jefazo) le echa en cara la mala venta que ha hecho. «Es absurdo reprocharle eso a Neff (…), ¿cómo van a saber los agentes que un cliente se va a caer del tren?». Y dice esto cuando él mismo echó un discurso a Walter quejándose de cómo funcionan las cosas en aquella oficina, donde los agentes son poco menos que unos aficionados, tipos que hablan mucho pero que son tontos y hacen seguros de vida a tipos que duermen con cuatro víboras en la cama (o una mujer como Phyllis, que vale por cuatro víboras, si vamos a ello). Y, sin embargo, ahora dice que no tiene ninguna corazonada; lo que no resulta muy creíble (de hecho, ya sospecha de Walter). Norton, por su parte, dice saber que no fue un accidente; y esto hace que Keyes (después de mirar a Walter de una manera bastante significativa) llegue a la conclusión de que tendrá que salir en su defensa más de una vez a lo largo de la investigación. Pero Norton continúa hablando y les hace saber que sospecha que Dietrichson se ha suicidado (en realidad, esto es lo que prefiere creer; porque así la compañía no tendría que pagar la indemnización, aunque se compromete a pagar una parte de la misma a Phyllis si esta no lleva el caso a los tribunales). Phyllis, que para entonces ya ha entrado en la oficina, y cumple su papel de viuda desconsolada de forma impecable, no se deja manipular.
Pero en esta reunión ocurre algo más decisivo aún para el posterior desarrollo de los hechos, algo que no tiene nada que ver con los sentidos de la vista o del oído (tan propios del cine, esos en los que suele fijarse más el espectador, sin tener en cuenta que los personajes también poseen el resto de los sentidos, incluso un sexto sentido como es el caso de Keyes). En esta escena es determinante el sentido del olfato, ya que Keyes puede oler el perfume de Phyllis por primera vez. Este primer encuentro entre Keyes y Phyllis es absolutamente necesario para que más tarde el propio Keyes pueda reconocer el mismo perfume en la escena clave del filme.
Por supuesto Keyes sabe que Dietrichson no se ha suicidado (nadie se lanza a la vía del tren a la escasa velocidad que este iba con la esperanza de matarse), y se huele que ha sido un crimen; pero quiere proteger a Walter, de quien hemos dicho que ya sospecha. Así que dice a su jefe que tendrá que pagar. Sin embargo, el jefe no está dispuesto a pagar sin más, y pide a Keyes que investigue, pero que no se precipite acosando a la señora Dietrichson. Keyes, desde luego, ya ha atado cabos y lo sabe todo, como podemos deducir del diálogo que mantiene con Walter en su apartamento; pero necesita tener una prueba concluyente para saber a qué deberá atenerse en un futuro próximo, y es por esta razón por la que decide visitar a Walter. Quiere advertirle, disimuladamente, de que sospecha de él (quizá para que Walter trate de ponerse a salvo de alguna manera); pero también intuye que puede encontrar allí a Phyllis o alguna pista que los relacione a ambos, pues, como ya digo, quiere asegurarse de que su corazonada es cierta.
He aquí el diálogo que mantienen Keyes y Walter en el apartamento de este: «Hola, Keyes. ¿Qué te pasa?». «La pierna rota. Tenía una pierna rota». «¿A qué te refieres?». «A Dietrichson. ¿Tenía un seguro de accidentes, no?». «Sí». «¿Y luego se rompió la pierna, no?». «¿Y eso qué?». «Que no pidió indemnización. ¿Por qué no la reclamó? ¿Por qué? Algo huele mal en el asunto Dietrichson». «¿Por qué no hizo la reclamación? Puede que no tuviera tiempo». «O puede que no supiera que estaba asegurado». Walter piensa que ese comentario le coloca en una situación sospechosa, pero todavía prefiere creer que Keyes no lo sabe todo sobre el crimen (del mismo modo que prefiere creerlo el propio espectador que, al fin y al cabo, sigue la historia a través del discurso de Walter, y siente hacia él la empatía que todo espectador siente hacia el protagonista de una película, o todo lector hacia el personaje principal de la novela, si la historia está contada con la maestría suficiente).
Sin embargo, Keyes, vuelvo a insistir en ello, ya lo sabe todo. Sabe que la muerte de Dietrichson no ha sido un suicidio ni un accidente, sino un crimen, y sabe que los asesinos han sido la mujer de la víctima y el propio Walter: solo así encajan todas las piezas, incluido el móvil. Y si encajan, es que los sucesos no han podido ocurrir de otra manera. Pero necesita una prueba para estar completamente seguro, sobre todo, en este caso en que está involucrado el hombre al que ama. Y la necesita por puro método, porque Keyes es así de minucioso. El propio Walter ya hace referencia a esta metodología de trabajo de Keyes cuando le dice en cierta ocasión: «Eres tan meticuloso que acabarás volviéndote loco. No dirás que hoy es martes sin mirar antes el calendario…»).
Keyes continúa hablando en el apartamento de Walter: «Alguien nos ha preparado algo». «¿Y qué puede ser?», pregunta Walter. Keyes no contesta, pasea por el salón esperando que sea el propio Walter quien responda a su pregunta. E, ingenuamente, lo hace sugiriendo lo ocurrido: «¿Crimen?». De nuevo, Walter se muestra torpe. «Siempre tiendo a sospechar del beneficiario», concluye Keyes. Walter, también de forma injustificada, defiende a Phyllis hasta en dos ocasiones. Precisamente, en ese momento llega la prueba definitiva que Keyes necesita para cerciorarse de que su enanito no le ha fallado tampoco esta vez: Phyllis se acerca a la puerta del apartamento, pero oye voces en el interior y se detiene antes de llamar. La escena que sigue es esa escena clave a la que me refería más arriba: cuando Keyes sale del piso de Walter, Phyllis se oculta tras la puerta para no ser vista. Y, ciertamente, Keyes no la ve ni la oye, pero sí huele su perfume. El perfume delator está suspendido en el aire, es imposible no olerlo.
Era, pues, necesario crear una escena en la que Keyes volviera a oler ese perfume sin ver a Phyllis, y que lo hiciera de tal modo que inculpara a Walter sin ningún tipo de dudas; es decir, en el rellano de su apartamento. Si esta escena no fuera imprescindible, Billy Wilder hubiera prescindido de ella y no habría necesitado utilizar una puerta que se abre hacia afuera en lugar de hacia dentro (en realidad, la puerta era el único sitio donde Phyllis podía ocultarse). Wilder no escoge esta escena por su tensión narrativa, que es relativa, ya que el espectador sabe que Keyes no va a ver a Phyllis (esto no tendría ningún sentido, ya que estropearía toda la trama: ¿cómo seguir desarrollándola a partir de ahí?), sin embargo es imprescindible desde el punto de vista argumental por la sola razón de que Keyes debe estar seguro de que Walter es el cómplice de Phyllis. Keyes, a partir de este momento, ya no puede tener la menor duda de quiénes han matado a Dietrichson, incluso ha llegado a deducir todos los detalles. Sin embargo, Walter (que, en definitiva, es quien está narrando todo lo que vemos) es incapaz de encajar todas las piezas, y por eso cree que Keyes aún no sabe que él es el hombre que está buscando (y esto hará bien el lector en interpretarlo en su doble sentido). Insisto: es fácil para el espectador olvidar que lo que está viendo en la pantalla es la interpretación parcial de los hechos, es decir, según los narra Walter, y no los hechos tal cual suceden de manera objetiva (pensamientos y sentimientos de Keyes incluidos).
Si Keyes no se sintiera atraído por Walter (y no hubiese olido el perfume de Phyllis, confirmando así que Walter es su cómplice), no tendría sentido nada de cuanto ocurre después en la película. Pero Keyes estima tanto a Walter (a quien quisiera tener trabajando a su lado, como ayudante personal que, entre otras cosas, le encendiese los puros) que aún está dispuesto a protegerlo. Una buena amistad (como arguyen la mayoría de los ) podría ser razón suficiente para que Keyes diera ese paso, pero ¿en qué se basa esa supuesta amistad que algunos defienden? Tal amistad ni se muestra ni se demuestra en ningún momento de la película. Walter y Keyes no hacen nada en absoluto de lo que suelen hacer dos amigos de verdad. De hecho, nunca se los ve juntos fuera de la oficina (Keyes ni siquiera había estado nunca en el apartamento de Walter hasta ese momento). Si Keyes está dispuesto a mentir por Walter es por la única y sola razón de que lo ama secretamente. Miente por amor del mismo modo que el personaje de Lola miente a su padre por amor a Zachetti; todos los enamorados llegan, en un momento u otro de la película, a mentir por amor. Solo Phyllis, que finge amar, miente por codicia. Además, si Keyes fuera heterosexual, Wilder se hubiese visto en la coyuntura de demostrar una verdadera amistad entre él y Walter, para así poder justificar su comportamiento; si no lo hace es por la simple razón de que Keyes no es heterosexual. Por supuesto Walter no sospecha en absoluto que Keyes sea homosexual o, al menos, no parece sospecharlo; aunque le gusta bromear con Keyes cuando le dice que él también lo quiere. Por otra parte, si Keyes no fuera homosexual no habría ninguna razón aparente para que Wilder decidiera que no está casado; ya que ese matrimonio no solo reforzaría la tesis de la amistad con Walter, sino que ayudaría a dibujar el personaje de Keyes como el de un buen marido, amante de su familia, responsable en el trabajo y ferviente defensor de todos los valores atribuibles al buen norteamericano medio de los años cuarenta en contraposición al personaje corrupto de Walter. Pero no es así.
Keyes no puede confesar a Walter el amor que siente por él, y por eso mismo tampoco puede comunicarle las sospechas crecientes de Norton ni que él mismo sabe que está implicado en el crimen. Esto último sí podría hacerlo si entre ellos existiera una verdadera amistad, pues dicha amistad hubiese sido suficiente para justificar la ayuda de Keyes y para que Walter comprendiera que su amigo le ofreciese dicha ayuda y aun para que este la aceptara. Nada de esto ocurre, porque para que Keyes confesara a Walter todo lo que sabe y se decidiera a encubrirlo y prestarle ayuda, antes tendría que confesarle su amor (única razón que podría justificar dicha ayuda, ya que esa supuesta amistad, a todas luces inexistente, no puede justificarla). En cualquier caso, Keyes trata de advertir a Walter del peligro que corre mediante todo tipo de indirectas, trata de hacerle ver que debe bajarse de ese tranvía que comparte con Phyllis si no quiere acabar en la cámara de gas; pero lo hace con indirectas para no tener que confesar la atracción sexual que siente hacia él: esto no solo era imposible en el cine de la época, seguro que también hubiera sido muy complicado que sucediese en la vida real por aquellos tiempos (sobre todo, porque no media ninguna relación de carácter sentimental entre ellos, sino solo un amor platónico no confesado); y, claro está, dicha confesión no casaría en absoluto con el carácter reservado que profesa Keyes en cuestiones de amor (y, aunque sea falso que él estuviese a punto de casarse, sí es cierto que preferiría ver a Walter casado antes que tonteando con mujeres inapropiadas para él). Por otra parte, Keyes adora su trabajo por encima de todas las cosas y jamás se convertiría en cómplice de Walter de una manera clara y manifiesta (después de todo, y aunque quizá aún siga sintiendo algo por él, no deja de ser cierto que también lo ha decepcionado enormemente).
El lunes siguiente al encuentro con Walter en su apartamento, Keyes lo cita en su despacho: quiere encararlo con el testigo del tren –Jackson–. Es de suponer que se lo ha pedido Norton. Pero antes se asegura de que Jackson no vio el rostro de Walter en el tren (aunque el espectador no puede asistir a esta conversación preliminar, ya que la historia se narra desde el punto de vista de Walter y él no estaba en el despacho); además, a Walter le interesa saber hasta qué punto Jackson podría reconocer a Walter en un juicio. Jackson no consigue relacionar las fotografías de Dietrichson con el hombre que vio en el tren, pero tampoco reconoce de inmediato a Walter. Sin embargo, el tal Jackson sospecha que ha visto a Walter en algún sitio, y le pregunta si ha estado alguna vez en Oregón. Walter insiste en que no se han visto nunca. Keyes sabe que esa sospecha de Jackson es casi un reconocimiento, y que si los mantiene juntos un poco más de tiempo en el despacho quizá llegue a fijarse en algún detalle revelador. En cualquier caso, si va a juicio puede ser peligroso. Así que opta por despacharlo cuanto antes, y finge no dar demasiada importancia a lo que está diciendo (él, que tanta audacia y falta de compasión demostró con Garlopis al inicio de la película, ahora se hace el distraído). Es la manera que tiene Keyes de advertir, una vez más, a Walter de que debe dejar sola a Phyllis si quiere salir con bien de todo aquello. Este, en cambio, no parece comprender la situación.
Así las cosas, la única solución que se le ocurre a Keyes para ayudar a Walter es buscar a alguien a quien culpar en su lugar. Y lo encuentra en la persona de Nino Zachetti (novio de Lola, la hija de Dietrichson). Es absurdo que alguien con la inteligencia de Keyes pueda creer realmente que Zachetti es el cómplice de Phyllis, así que la única explicación de que busque involucrar a este es que con ello trata de ayudar a Walter; y el espectador debería darse cuenta de esto y de las auténticas razones que tiene para hacer tal cosa. Keyes sabe que no fue él, porque Zachetti es mucho más joven y más bajo que Walter y, desde luego, no casa en absoluto con la descripción que Jackson da del sospechoso.
Poco después, el propio Keyes dejará grabado un mensaje en el dictáfono, a propósito para que Walter lo oiga (un aviso más para que se aleje de Phyllis). Pero Walter no hace caso (ya hemos dicho que no es demasiado listo, y sí codicioso). Es cierto que ahora (y aprovechando la ayuda inestimable de Keyes) tiene su propio plan. Y ese plan consiste en matar a Phyllis para que las sospechas también recaigan sobre Zachetti, quizá con la intención de casarse más tarde con Lola (ahora la única heredera de Dietrichson). Pero, en el tiroteo en que mata a Phyllis, él resulta malherido (también Phyllis tenía sus propios planes). Entonces, en un último gesto de abnegación (ya intuye que no tiene escapatoria), decide unir a Lola con Zachetti (sabe que ella aún lo ama, y quiere hacer algo bueno por ella: una buena acción antes de morir). Después, en lugar de acudir a un hospital (que hubiese sido lo más sensato), graba su propio mensaje para Keyes; por alguna razón quiere que él comprenda todo lo ocurrido. En realidad, no hace más que explicarle todo lo que Keyes ya sabe. Este lo sorprende hacia el final de esa grabación. Para entonces todo se ha complicado demasiado (incluso hay testigos de su confesión), y Keyes ya no puede hacer nada por Walter, quien, ingenuamente, aún cree que su confesión ha servido para aclarar los hechos. «Esta vez no pudiste adivinarlo porque tenías demasiado cerca a la persona que buscabas: al otro lado de la mesa», dice. «Más cerca aún, Walter», responde Keyes.
No podemos decir que del catálogo de personajes que aparece en la película –Walter, Phyllis, Keyes, Lola, Zachetti, Jackson, Norton, Dietrichson, el camionero Garlopis– haya uno solo que podamos considerar honesto. Unos mienten por amor, otros actúan solo movidos por el interés y la ambición, la mayoría ocultan oscuras motivaciones. Y entre ellos, Keyes, que está dispuesto a culpar a un hombre inocente solo para salvar la vida de aquel por el que siente algo más que mera simpatía, no es precisamente el mejor.
Por todo esto, Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944;) es, quizá, la película más negra de la historia del cine.
*****
El perfume delator (Perdición, de Billy Wilder). Versión corregida del artículo que fue publicado en la revista de cine Versión Original, en diciembre de 2013 (n.º 221, monográfico Cine negro/especial 20 años, Aprovecho, además, para ofrecer aquí la versión íntegra de dicho artículo, ya que en aquella ocasión debí reducirlo demasiado por cuestiones de espacio.
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