El documental seriado Making a Murderer bien merecería un post solo para él. Creo que es el segundo caso judicial más importante de Estados Unidos, detrás del asesinato del presidente John Kennedy (supuestamente a manos de Lee Harvey Oswald) y por delante del caso de la estrella de fútbol americano O. J. Simpson.
Fran Rodríguez Criado
Fabricando un asesino, fabricando un violador. La (in)Justicia estadounidense bajo la mirada de Netflix
Fran Rodríguez Criado
Son muchos los casos judiciales que en los últimos años han sacudido a la opinión pública estadounidense y, por extensión, a la de otros países. En estas líneas vamos a centrarnos en dos de los más mediáticos (tres, bien mirado), siguiendo la estela del documental Making a Murderer (emitido en dos temporadas de diez capítulos cada uno) y de la exitosa miniserie Así nos ven.
Los sucesos por los que varias personas inocentes fueron llevadas a la cárcel sin pruebas firmes no son recientes (se remontan a 1985, 1987 y 2005), pero dos de esas personas siguen presas y otras cinco, pese a que están en libertad, ya no serán las mismas tras haber vivido años entre rejas y sufrido, a su salida, la represión y el menosprecio general por su supuesta participación en una violación. La historia de estos hombres y la temática que subyace tras su drama (la vulneración de los derechos humanos) siguen vigentes.
El sistema judicial de Estados Unidos no es perfecto, y en ocasiones –como denuncian estas dos producciones cinematográficas– es profundamente injusto y miserable. Si estos dos documentales de Netflix ayudan a tapar los agujeros del sistema judicial, bienvenidos sean.
Nota: Este artículo sobre Making a Murderer y Así nos ven contiene spoiler. Si tienes planeado ver alguna de estas dos series, quizá sería recomendable que no siguieras leyendo.
- Notebook, Cool (Autor)
Netflix contra el sistema judicial estadounidense
A lo largo de su Historia, Estados Unidos ha dado numerosas muestras de ser capaz de lo peor y de lo mejor. Es capaz, por ejemplo, de enviar a la cárcel a inocentes sin la menor relación con el delito por el que fueron encausados, pero también es capaz de crear series televisivas que denuncian semejantes fracasos judiciales.
De eso quería hablaros hoy, de dos series producidas por Netflix que dejan al sistema judicial estadounidense con las vergüenzas al aire. Me refiero a Making a Murderer (traducido: Fabricando un asesino) y a Así nos ven (When They See Us) que bien podría haberse titulado Making a Rapist (Fabricando un violador), o cinco, como ocurre en esta ocasión.
Making a Murderer
El documental seriado Making a Murderer bien merecería un post solo para él. Creo que el segundo caso judicial más importante de Estados Unidos, detrás del asesinato del presidente John F. Kennedy (supuestamente a manos de Lee Harvey Oswald) y por delante del caso de la estrella de fútbol americano O. J. Simpson.
En Making a Murderer no hablamos en realidad de un caso, sino de dos, aunque ambos tengan de protagonista a Steven Avery, ciudadano de Manitowoc, Wisconsin, miembro de una familia que regenta un negocio de chatarrería de vehículos. Avery había sido un gamberro y se había ganado –posiblemente, con razón– la inquina de algunos vecinos, hastiados de sus travesuras y de su comportamiento antisocial.
- Harrington, Roger (Autor)
Pero no hablaríamos de Avery si sus locuras no hubieran pasado de matar a un pobre gato o de acosar a una prima, lo cual, claro, no disculpamos. Lo que llevó a Avery a pasar dieciocho años en la cárcel fue violar y dejar medio muerta a una mujer, Penny Beerntsen. O mejor dicho: le llevó a la cárcel ser (injustamente) acusado de violar y dejar medio muerta a una mujer. Después de dieciocho años privado de libertad, su caso estalló por los aires de manera inesperada: Gregory Allen, delincuente habitual, aprovechó que fue detenido para confesar que también era culpable del delito por el que Avery había sido condenado. Las pruebas del ADN no dejaban lugar a dudas: Avery era inocente y Allen, culpable.
En el momento de la detención, dieciocho años antes, Avery había contado con una coartada, pero qué más daba: había gente que lo quería encerrado y el hecho de que fuera completamente inocente no era más que una minucia. Entre los interesados por que Avery diera con sus huesos en la cárcel, y cuando más tiempo mejor, había un sheriff, un jefes del condado, un sargento, dos investigadores… Teniendo en cuenta que Manitowoc era una ciudad pequeña, ¿qué podía salir mal cuando los presuntos defensores de la ley se aliaban para satisfacer sus deseos, por espurios que estos fueran ?
Este suceso, digno por sí solo de captar nuestra atención, dio pie a la primera temporada de Making a Murderer, producida por Netflix, escrita y dirigida por Laura Ricciardi y Moira Demos. En un guiño metacinematográfico, la segunda temporada comienza haciendo un repaso a las reacciones que había suscitado en la opinión pública la primera temporada, que había sido todo un éxito. Pero ahora el caso era otro, y al mismo tiempo podríamos decir que era el mismo (o eso es al menos lo que sugiere la segunda temporada de Making a Murderer): el del inocente que acaba en la cárcel. Resulta que dos años después de recobrar su libertad, Avery volvía a ser acusado y enviado a la cárcel por violar y matar a Teresa Halbach, un joven fotógrafa local con la que había quedado en el desguace de coches para que hiciera varias fotos de un vehículo. Ahora la “prueba” determinante que llevó a la cárcel a Avery fue la confesión grabada de su sobrino Brendan Dassey. El vídeo registra a un Brendan retraído explicando a duras penas que él y su tío eran los responsables del asesinato de Teresa Halbach.
¿Realmente Brendan Dassey participó en el asesinato? ¿Acompañó a su tío en los hechos? ¿O acaso alguien asesinó a Teresa Holbach y preparó el terreno para que Avery fuera inculpado por segunda vez por un delito que no había cometido?

El documental, que con personas reales implicadas en el caso, siembra una duda más que razonable en el espectador. No es difícil llegar a la conclusión de que Brendan Dassey, un adolescente con un bajo cociente intelectual, no sabía nada del asunto y que confesó bajo coacción todo lo que la policía quería que confesara. Al parecer, se inspiró en la lectura de un libro para narrar la macabra escena sexual que supuestamente había sufrido Teresa. (No hay rastros del cadáver, que fue quemado). Brendan fue interrogado sin la presencia de un abogado y de sus padres. En esa circunstancia, no fue difícil manejar al chico a placer. Y la idea que le transmitieron los investigadores de la policía era esta: “Dinos lo que ocurrió [y ocurrió lo que nosotros te vamos a contar ahora] y te irás a casa”.
El joven les creyó y certificó con su ambigua y atribulada confesión una historia pergeñada por los propios entrevistadores.

Steven Avery contó en el segundo caso con la ayuda de la abogada Kathleen Zellner, una estrella mediática especializada en defender con mucho éxito a presos que han sido condenados por error.
Por el momento, tanto Steven como su sobrino Brendan siguen en la cárcel.
Así nos ven (When They See US)
¿Pero realmente puede un adolescente creerse que después de confesar una violación o un asesinato podría irse a casa tranquilamente, como si nada hubiera pasado? ¿Puede ser alguien tan ingenuo cuando le están interrogando por un delito tan grave?
La respuesta es sí. De hecho, no es la primera vez que ocurre. La serie televisiva Así nos ven vuelve a narrar un episodio similar al de Making a Murderer, en esta ocasión en la ciudad de Nueva York.
Situémonos en Central Park en 1989. Una joven (Trisha Meili) sale a hacer footing y es violada y golpeada casi hasta la muerte. En esos momentos, en otros puntos de Central Park se producen ciertos incidentes (peleas, gamberradas, acosos a ciclistas) que obligan a la policía a intervenir.
Y como ese año estaban proliferando las violaciones en Nueva York, la fiscal del caso, Linda Fairstein, quiso hacerse notar y de paso trasladar un mensaje rotundo a a la ciudadanía, y para ello no tuvo mejor ocurrencia que acusar a cinco jóvenes que pasaban por allí, cinco chicos negros (Antron McCray, Kevin Richardson, Yusef Salaam, y Korey Wise y Raymond Santana) que estaban en el sitio equivocado en el momento equivocado.
¿Qué pruebas había contra ellos? Ninguna. Pero si no las hay, se fabrican. Y la mejor manera de fabricar violadores y asesinos vuelve a repetirse: la policía interroga con dureza a varios chicos elegidos al azar (sin la tutela de abogados y sin la compañía de sus padres, sin dormir y sin comer durante bastantes horas), hasta conseguir la narración/confesión deseada. Y si bien es cierto que los chicos estuvieron en el parque, no es menos cierto que jamás llegaron siquiera a ver a Trisha Meili. Pero ¿qué otra cosa podían hacer ante la presión policial sino confesar?
El regalo envenenado vuelve a repetirse: “Dinos lo que queremos que digas y te irás a casa”. Pero, obviamente, los chavales (apenas unos niños: el mayor tenía dieciséis años), cansados, angustiados y maltratados, confiesan un delito que no han cometido. Da igual que no sepan de qué les están hablando. Da igual que se acusen los unos a los otros indiscriminadamente. Da igual que la línea temporal no coincidiera, da igual que fueran inocentes. Habían confesado y las cámaras lo grabaron. Ya tenían los culpables. Con un poco más de empeño por parte de la policía, los cinco chicos hubieran confesado ser los responsables de la extinción de los dinosaurios.

La fiscal –que ahora se queja de que Netflix ha manipulado la información sobre el caso– tenía lo que quería: unos culpables a medida. Eran chicos de la calle, eran negros, corrían cuando la policía comenzó a hacer detenciones. ¿Cómo no iban a ser culpables? ¿Y si no lo eran? Bah, otra minucia. Alguien debía pagar por lo que le habían hecho a Trisha Meilli. Alguien tenía que pagar por lo que le habían hecho a Teresa Halbach. Para eso está –en opinión de algunos desalmados– la Justicia: para llevar a la cárcel a los culpables, y cuando no se tienen a mano, se fabrican…
Pero, como ocurrió con la primera temporada de Making a Murderer, el verdadero culpable acaba por confesar el delito. Se realizan las pruebas de ADN y se comprueba que el violador y casi asesino de Trisha Meilli (quien, por cierto, no recuerda nada del caso por culpa de la amnesia) es el violador en serie Matías Reyes.
Making a Murderer y Así nos ven son la versión cinematográfica, siglo XXI, del Yo acuso de Émile Zola. Nos equivocaríamos si viéramos estas series como simples productos de entretenimiento. El objetivo de las dos series es –o al menos así lo veo yo– corregir los puntos flacos de un sistema judicial que puede llegar a atropellar los derechos de los ciudadanos.
Esta vez les ha pasado a otras personas. La próxima vez le podría pasar a usted o a mí…
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo | Facebook
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