Mi madre estaba convencida de que iba a tener gemelos, pero luego solo me tuvo a mí. Parece ser que nadie esperaba el doble embarazo: en el pueblo estaban ya acostumbrados a sus alocadas predicciones del futuro –predicciones que, por supuesto, nunca se cumplían. Mi padre murió cuando yo tenía cinco años, de un cáncer dicen, aunque creo que más bien lo mató mi madre con sus brujerías y otros desvaríos mentales.
Yo me llamo Luis Alberto, porque mi madre, incapaz de asumir los hechos, pensó hasta el último de sus días que había dado a luz a dos hermosos niños: Luis, el mayor, y Alberto, el pequeño. Cuando preguntaba por Alberto, que en su trastornada imaginación era un muchacho débil y enfermizo, yo respondía con una voz febril; y cuando llamaba a Luis (“el hombretón de la casa”), yo fingía una voz grave y enérgica. Al principio me resultaba molesto dividirme en dos personas: era realmente agotador ser mi propio hermano; después, con el paso de los años, aprendí a sobrellevarlo.
No obstante, la relación con mi inexistente hermano ha sido siempre un tira y afloja; si yo decía blanco, él decía negro; si yo quería ir a un sitio, él me obligaba ir a otro; si me interesaba por una mujer, él se encargaba de importunarla hasta que, atemorizada, salía huyendo. Se entienden, pues, todas las peleas –algunas muy violentas– que hemos mantenido desde la infancia.
Por una reyerta me encuentro en este despreciable lugar. El juez no tuvo piedad al dictar el veredicto: diez años de reclusión. Ahora solo hay que esperar a que los doctores averigüen quién fue el autor del crimen, si mi hermano gemelo o yo.
Francisco Rodríguez Criado, Siete minutos, La Bolsa de Pipas, 2003. Léelo gratis con Kindle Unlimited
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