Se ha dicho que la novela corta de Ken Follett El escándalo Modigliani es entretenida, pero que a veces aburre.
Es cierto y no. La lentitud en algunos espacios de la narración es producto de la necesidad de cortar un poco el vértigo a que nos tiene acostumbrada la escritura del autor escocés. Un texto demasiado dinámico también cansa. La lectura es principalmente un acto de reflexión, de tranquilidad. Si leemos con el pie en el acelerador, seguro que despistamos y nos quedarán solo fragmentos de la narración, trozos de la historia, sin alcanzar a paladear su esencia.
Por lo mismo Ken Follet recurre a esas pausas, que me parecen un buen recurso. Lo que no me atrae es el tinte detectivesco del relato. Uno se imagina una historia donde la búsqueda de un cuadro oculto o perdido, supuestamente valioso, nos llevará a espacios asombrosos y fascinantes sin pistolas y sin pillastres. Nos imaginamos a un inteligente y sagaz experto en arte, que se pone tras la huella de una obra de un pintor famoso, recurriendo a sus conocimientos. Modigliani lo es, pero Follet se pierde un poco en su afán de hacer un thriller. Se nota cierta ausencia del buen uso de los rasgos biográficos del pintor. Es cierto que por esa vía se podría caer en el garlito de contar la vida del artista, cronológicamente, y eso podría resultar aburrido. Las biografías a veces lo son. Sin embargo, la existencia del insolvente pintor italiano da para todo. Era un talento con el pincel en la mano, pero también bebía hasta hartarse y se drogaba sin límite. Divertirse era lo que mejor que conjugaba. Era lo que se estilaba en esa época, solo o con compinches. A estas aristas los escritores suelen sacarles más partido.
Pues bien, Ken Follett pone el énfasis en la forma en que los ladrones de arte se las arreglan para apoderarse del cuadro. Pareciera que ellos son los protagonistas. Para eso aparecen los detectives privados, los expertos en autenticidad, los dueños de galerías de arte, los compradores intermediarios, los traficantes de obras de arte y los coleccionistas compulsivos.
Follett cuenta la historia de Dee, una joven licenciada en historia del arte. Por casualidad (la casualidad es propia de una fácil creatividad) descubre la posible existencia de un Modigliani que nadie conoce. La búsqueda incluye un viaje a un remoto pueblo en la costa adriática de Italia, donde posiblemente el pintor dejó su tela en pago por deudas contraídas. Para iniciar la pesquisa, Dee necesita «money», pero ella es renuente a este tipo de ayuda. Su tío Charles Lampeth podría prestarle algún capital, sin embargo, Lord Cardwell, un ambicioso coleccionista que quiere retirarse de la actividad en gloria y majestad, se entera del posible hallazgo y contrata a «sicarios» para llegar antes a la obra y apoderarse de ella.
Así está salcondimentada la novela, publicada en 1988. En su trayecto hacia el final hemos hallado un texto intercalado en la trama, con una historia muy particular, que es lo que ofrecemos a continuación. Sus protagonistas –Julian, dueño de una galería de arte por inaugurar, y Sarah, su desprejuciada esposa– equivalen a lo que en el cine se llama actores de reparto, actores secundarios. Sin embargo, con su actuación literaria son capaces de poner los pelos de punta.

Autor de la introducción: Ernesto Bustos Garrido (Santiago de Chile), periodista, se formó en la Universidad de Chile. Al egreso fue profesor en esa casa de estudios; también en la Pontificia Universidad Católica de Chile y en la Universidad Diego Portales. Ha trabajado en diversos medios informativos, televisión y radio, fundamentalmente en el diario La Tercera de la Hora como jefe de Crónica y editor jefe de Deportes. Fue director de los diarios El Correo de Valdivia y El Austral de Temuco. En los sesenta fue Secretario de Prensa del Presidente Eduardo Frei Montalva. En los setenta, asesor de comunicaciones de la Rectoría de la U. de Chile, y gerente de Relaciones Públicas de Ferrocarriles del Estado. En los ochenta fue editor y propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar. Desde fines de los noventa intenta, quizá tardíamente, transformarse en escritor.
¡Vamos, levanta eso para mí!
Ken Follet
(Fragmento de El escándalo Modigliani, Random House Mondadori S.A. 1988. Páginas 57 a 61)
Julian bajó del autobús. Ojalá Sarah no estuviera en casa. Esta se encontraba en Fulham, aunque Sarah insistía en que aquello era Chelsea. La había comprado el padre de ella, pero Julian se veía obligado a admitir que ese viejo pelmazo sabía elegir bien. Era pequeña: tres dormitorios, dos salones y un estudio; pero también ultramoderna, toda cemento y aluminio. Julián abrió la puerta principal y entró, subiendo el corto tramo de escaleras hasta el salón principal.
Tres de las paredes eran de cristal (vidrio). Por desgracia, una ventana enorme daba a la carretera del frente; otra, a los ladrillos y los pinos de una hilera de casas. Pero la ventana trasera permitía ver el pequeño jardín que se mantenía pulcro gracias a un jardinero que iba por horas. El hombre pasaba la mayor parte de las veinte horas semanales fumando cigarrillos hechos a mano y cortando el césped, del tamaño de un sello de correos. Ahora, el sol de la tarde entraba alegremente por allí, dando un agradable fulgor al pardo terciopelo dorado del tapizado.
Uno de los sillones, bajos y anchos, tenía el honor de albergar el largo cuerpo de Sarah. Julian se inclinó para besarle apresuradamente la mejilla,
–Buenos días, dijo ella.
Él resistió la tentación de consultar su reloj. Eran casi las cinco, lo sabía. Claro que ella estaba levantada sólo desde el mediodía.
–¿Qué haces? –preguntó.
Ella encogió los hombros. Tenía un cigarrillo largo en la mano derecha y una copa en la izquierda. No hacía nada. Su capacidad de hacer nada, hora tras hora, no dejaba de asombrar a Julian.
Ella observó que la mirada de su marido se desviaba hacia la copa.
–¿Quieres un trago? –propuso.
–No. –De inmediato Julian cambió de idea–. Bueno, te acompaño.
–Te lo sirvo.
Sarah se levantó para caminar hasta el bar. Parecía poner mucho cuidado al posar cada pie. Cuando sirvió la vodka, salpicó la pulida superficie del mueble.
–¿Desde qué hora estás bebiendo? –preguntó él.
–Oh, Dios –protestó ella. Sabía hacer que cada palabra sonara a blasfemia–. No empieces con eso.
Julian contuvo un suspiro.
–Perdón –dijo.
Tomó la copa que ella le ofrecía y bebió un sorbo.
Sarah cruzó una pierna sobre la otra, dejando que su larga bata se deslizara a un lado, descubriendo una pantorrilla larga y bien formada. Él recordó que sus hermosas piernas habían sido lo primero en llamar su atención. “Le llegan hasta los hombros”, había comentado groseramente a un amigo, en aquella primera fiesta. Desde entonces le obsesionaba la estructura de su mujer, que le llevaba cinco centímetros, aun sin esos absurdos tacones con plataforma que usaba.
–¿Cómo te ha ido? –preguntó ella.
–Mal. Me he sentido bastante rechazado.
–Oh, caramba, pobre Julian. Siempre rechazado
–¿No habíamos llegado al acuerdo de no empezar con las hostilidades?
–Cierto.
Julian resumió.
–Voy a mandar invitaciones a los periodistas. Esperemos que los señores se presenten. Tiene que ser todo un acontecimiento.
–¿Por qué no?
–Por el dinero, por eso. ¿Sabes qué debería hacer?
–Olvidarte del asunto.
Julian ignoró el comentario.
–Darles bocadillos de queso y vermú con sifón, y gastar todo el dinero en pinturas.
–¿No has comprado lo suficiente?
–Ninguna –dijo Julian–. Tres artistas aceptaron dejarme exhibir sus obras a comisión; si se venden recibo el diez por ciento. Lo que debería hacer es comprar la obra directamente. De esa forma, si el pintor entra en una buena onda, ganaré una fortuna. Estas cosas se hacen así.
Silencio. Sarah no comentó nada.
–Necesitaría un par de miles más –dijo Julian al fin.
–¿Vas a pedirle a papi? –Había un dejo de burla en la voz de Sarah.
–No puedo enfrentarme a eso. –Julian se hundió un poco más en el sillón y tomó un largo sorbo de su vodka tónica–. No es pedir lo que más me molestar, sino la seguridad de que me lo va a negar.
–Y con razón. Por Dios; para empezar, no sé por qué decidió apoyar esta aventurita tuya.
Julian no mordió el cebo.
–Yo tampoco. –Juntó fuerzas para lo que debía hacer–. Escucha, ¿no podrías prestarme tú unos cuantos cientos de libras?
–Los ojos de Sarah despidieron relámpagos.
–¡Maldito estúpido! –exclamó–. Pides a mi padre veinte mil libras, vives en la casa que él ha pagado, comes la comida que yo pago, y ahora quieres que te dé dinero. Apenas tengo lo suficiente para vivir y también quieres quitarme eso. ¡Oh, cielos! –Apartó la vista, asqueada.
Pero Julian ya había tomado impulso.
–Podrías vender algo –suplicó–. Tu automóvil nos daría lo suficiente para poner en marcha la galería a la perfección. Casi nunca lo usas. Y tienes joyas que no luces nunca.
–¡Me das asco! –Volvió a mirarle, con los labios torcidos en una mueca burlona. No sabes ganar dinero, no sabes pintar, no sabes manejar un simple negocio de cuadros…
–¡Cállate! –Julian se había puesto de pie, blanco de ira–. ¡A ver si te callas!
–Sabes bien qué otra cosa no sabes hacer, ¿verdad? –continuó ella, implacable, haciendo girar el cuchillo en la vieja herida para verla sangrar otra vez–. ¡No sabes joder!
La última palabra fue un grito arrojado al rostro de su marido como una bofetada. Se irguió frente a Julian, desató el cinturón de su bata y dejó que la prenda se deslizara desde sus hombros al suelo. Tomó en las manos el peso de sus pechos acariciándolos con los dedos extendidos, mientras le miraba a los ojos.
–¿Podrías hacerlo conmigo ahora mismo? –preguntó con suavidad–. ¿Podrías?
La rabia y la frustración lo dejaron mucho. Los labios sin sangre se le estiraron en un rictus de furia humillada.
Ella se puso una mano en el pubis y balanceó las caderas hacia adelante
–Haz la prueba, Julian –dijo con la misma voz seductora–. Vamos, levanta eso para mí.
La voz de él fue a medias un susurro, a medias un sollozo.
–¡Grandísima puta! –exclamó–. ¡Maldita mujer, maldita puta!
El autor
Ken Follet es un escritor británico de renombre. Nació en Cardiff, Gales el 5 de junio de 1949. Es galés, se crio en Londres y estudió Filosofía en la University of London. Una vez licenciado trabajó como periodista. Ken Follet también tuvo pasión por la política, llegando a colaborar con el Partido Laborista, donde conoció a Barbara Broer, su actual esposa. Esta ayudó en su campaña y colaboró en actividades de su partido, aunque Follet nunca dejó que la política influyera en sus obras. «El ojo de la aguja» es su gran éxito inicial.
Sus obras
Una columna de fuego 2017; El umbral de la eternidad 2014 (2017); El universo de Ken Follett 2014; El invierno del mundo 2012 (2014); La caída de los gigantes 2010 (2014); Un mundo sin fin 2007 (2017); En el blanco 2005 (2016); Vuelo final 2002 (2017); Alto riesgo 2001 (2017); Doble juego 2000 (2016); En la boca del dragón 1998 (2016); El tercer gemelo 1996 (2016); Un lugar llamado libertad 1995 (2016); Una fortuna peligrosa 1993 (2016); El misterio del planeta de los gusanos 1991 (2014); Noche sobre las aguas 1991 (2017); Papel moneda (2017); Los pilares de la tierra, El escándalo Modigliani 1988 (2016); El misterio de los estudios Kellerman 1987 (2013); El valle de los leones 1986 (2016); Las alas del águila 1983 (2016); El hombre de San Petersburgo 1982 (2017); La clave está en Rebeca 1980 (2016); Triple 1979 (2016); El ojo de la aguja 1978.
Libros de Ken Follet
- Follett, Ken (Autor)
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