Dos relatos cortos y un aforismo sobre la humildad

A continuación podéis leer tres textos muy breves sobre la humildad: un aforismo de Hernri-Frédéric Amiel, un microrrelato de Julio Torri y un relato corto de James Baldwin.

Aforismo de Henri-Frédéric Amiel: La verdadera humildad

La verdadera humildad consiste en estar satisfecho.

Microrrelato de Julio Torri: La humildad premiada

En una universidad poco renombrada había un profesor pequeño de cuerpo, rubicundo, tartamudo, que como carecía por completo de ideas propias era muy estimado en sociedad y tenía ante sí un brillante provenir en la crítica literaria.

Lo que leía en los libros lo ofrecía trasnochado a sus discípulos a la mañana siguiente. Tan inaudita facultad de repetir con exactitud constituía la desesperación de los más consumados constructores de máquinas parlantes.

Y así transcurrieron largos años hasta que un día, en fuerza de repetir ideas ajenas, nuestro profesor tuvo una propia, una pequeña idea propia luciente y bella como un pececito rojo tras el irisado cristal de una pecera.

Relato de James Baldwin: Una lección de humildad

Cierto día el califa Harun al Raschid organizó un gran banquete en el salón principal de palacio.

Las paredes y el cielo raso brillaban por el oro y las piedras preciosas con las que estaban adornados. Y la gran mesa estaba decorada con exóticas plantas y flores Allí estaban los hombres más nobles de toda Persia y Arabia. También estaban presentes como invitados muchos hombres sabios, poetas y músicos.

Después de un buen tiempo de transcurrida la fiesta, el califa se dirigió al poeta y le dijo:

–Oh, príncipe hacedor de hermosos poemas, muéstranos tu habilidad, describe en versos este alegre y glorioso banquete.

El poeta se puso de pie y empezó con estas palabras:

–¡Salud!, oh califa, y goza bajo el abrigo de vuestro extraordinario palacio.

–Buena introducción –dijo Raschid–. Pero permítenos escuchar más de tu discurso.

El poeta prosiguió:

–Y que en cada nuevo amanecer te llegue también una nueva alegría. Que cada atardecer veas que todos tus deseos fueron realizados.

–¡Bien, bien! Sigue pues con tu poema.

El poeta se inclinó ligeramente en señal de agradecimiento por tan deferentes palabras del califa y prosiguió:

–¡Pero cuando la hora de la muerte llegue, oh mi califa, entonces, aprenderás que todas las delicias de la vida no fueron más que efímeros momentos, como una puesta de sol.

Los ojos del califa se llenaron de lágrimas, y la emoción ahogó sus palabras. Cubrió su rostro con las manos y empezó a sollozar.

Luego, uno de los oficiales que estaba sentado cerca del poeta alzó la voz:

–¡Alto! El califa quiso que lo alegraran con cosas placenteras, y tú le estás llenando la cabeza con cosas muy tristes.

–Deja al poeta solo –dijo Raschid–. Él ha sigo capaz de ver la ceguera que hay en mí y trata de hacer que yo abra los ojos.

Harun al Raschid (Aaron el Justo) fue el más grande de los califas de Bagdad. Se puede encontrar más historias sobre él en ese maravilloso libro conocido como Las mil y una noches.

Sección de microrrelatos modelnos

Francisco

Rodríguez Criado

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