En un grupo de Facebook del barrio en que vivo, una señora publicó hace una semana una nota en la que decía que esperaba que la gente se comportara bien y no tirara petardos en fin de año, pues asustan a las mascotas.
Su petición de que la condición humana cambie de un día para otro, simplemente para satisfacer sus deseos (que yo comparto, por cierto), me resultó de un candor sin límites. No me he quedado para comprobar si la ciudadanía ha decidido celebrar el fin de año con morigeración: cuando llegan estas fechas huyo de Madrid para evitar que nuestra perra sufra la violencia acústica con la que algunos –muchos, en realidad– pretenden poner una nota de diversión. Está en el ADN del ser humano, sobre todo si es español, vincular la alegría con el ruido, como si la primera no pudiera existir sin la servidumbre del segundo. Somos el hombre de la caverna, que nunca se ha ido, tras la invención de la pirotecnia.
Si a alguien le parece exagerado quejarse airadamente de los petardos navideños, no tiene más que imaginar que debe pasar la Nochevieja en Ucrania mientras los misiles rusos pasan por encima de su cabeza. Así es como los animales domésticos y las personas con autismo interpretan este ruido infernal y enfermizo de los petardos: como una batalla campal en la que su vida está en juego.
No me sorprende, pues, que, tal como han divulgado los medios de comunicación, dos hermanos se hayan encerrado en el baño con su perro y, la música a todo volumen, hayan bailado con él para entretenerle y evitar así que sufra los excesos pirotécnicos y que saliera huyendo, como ya hizo el pasado año, cuando estuvo perdido en un monte durante una semana.
Los perros huyendo de las personas por higiene mental… Una buena metáfora de una sociedad en la que los animales, amantes del silencio, se humanizan y las personas, promotoras de un ruido insufrible, nos animalizamos.
Francisco Rodríguez Criado, escritor y corrector de estilo.
El artículo «Gente petarda» fue publicado en su columna de El Periódico de Extremadura el 4 de enero de 2023.
Fotografía: Francisco Rodríguez Criado