Las grandes novelas de amor son en realidad novelas de desamor. Hay en ellas siempre una asimetría: uno de los dos miembros de la pareja quiere más, es más realista o más fantasioso, tiene más tendencia a la infidelidad, busca más la confrontación que el otro o exige más a la relación.
En el amor, siempre disparejo, el adverbio «más» siembra la discordia.
Pero en Fuiste el rey (Tres Hermanas, 2019) no encontramos nada de eso. Podría ser una novela de amor en el extranjero, como pensé al principio, pues narra la vivencia de una pareja que encuentra su refugio en Bruselas huyendo de la crisis que asola a España (entre otros países). Pero, aun viviendo juntos en un entorno para ellos desconocido, es como si vivieran solos, separados por las circunstancias o bien, intuimos, separados por motivos de mayor calado.
Y si decimos que no hay amor, lo afirmamos en un sentido amplio. El personaje principal, curiosamente el único cuyo nombre desconocemos, no parece amar nada en esta vida, al menos no lo suficiente. (Recordemos a Pascal: “Quien no ama demasiado no ama lo suficiente”). No tiene grandes aficiones (más allá de su irregular amor a los libros y su obsesión en escribirse en un cuaderno), ni grandes objetivos ni grandes deseos. Sabemos más de él por lo que no ama que por lo que ama. En cierta manera, lo que queda de él es una proyección analítica de sus frustraciones.
Nacido en una familia bien (es hijo de notario), acaba dando clases de español en Bruselas, donde sobrevive a duras penas a la precariedad laboral, a una dolorosa piedra en el riñón y a una novia que parece haber perdido interés en él para entregarse a un trabajo con nuevas perspectivas, con cierto glamur y futuro. El de ella, piensa, es un mundo donde a priori él, que arrastra una trayectoria de carencias, no encaja.
El personaje transmite apatía y desconexión con el mundo. No disfrutó de su etapa como abogado, no tuvo grandes experiencias con las chicas en la adolescencia ni tampoco una interacción sana con los padres. Es, básicamente, un hombre con el pulso débil que se aburre y que solo encuentra una posible salida en los libros y en la escritura terapéutica.
Y mientras conocemos su circunstancia personal presente en una Bruselas donde no tiene amigos (tan solo un conocido pakistaní, Rashid, que regenta un ultramarinos en horario nocturno, y Erika, una compañera cuya voluntariosa cercanía le intimida), vamos conociendo en pequeñas dosis cómo fue su pasado, o lo que es lo mismo, cómo se gestó la falta de coraje que le relegó al punto muerto en que se encuentra ahora.
Podríamos decir que Fuiste el rey es una novela de no-amor, una novela que transmite cierto nihilismo (bien dosificado, sin estridencias, más implícito que explícito) sobre ese ser humano innominado que en pleno siglo XXI deambula en soledad, aun cuando, como es el caso, vive en pareja.
Con un lenguaje desnudo, frases más bien cortas, pocas descripciones y con preeminencia de la introspección sobre la acción, Fernando Ariza nos sumerge en una narración a veces metaliteraria, a veces memorialística, siempre minimalista, de un hombre para quien la vida es poco menos que tiempo perdido, un hombre en perenne crisis que encuentra en la escritura la única salida en un mundo que no ha sido diseñado para él.
Fuiste el rey es una estupenda novela realista en tono menor, en la que no sobra una sola palabra, que da voz a esas personas innominadas volcadas hacia sí mismas que buscan su razón de ser .
Esas personas que, en el fondo, somos todos, o casi todos…
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo. Hombres, hombrinos, macacos y macaquinos es su último libro.
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