La primera gran desilusión en la vida de la escritora Eudora Welty (Jackson, Mississippi 1909-2001) fue cuando a sus cortos cinco años supo que los que escribían los cuentos que su madre le leía eran personas de carne y hueso, y no seres fantásticos que podían aparecer de entre la hierba, en su jardín, dando saltitos y lanzando risitas melódicas.
La segunda tuvo que ver con su apariencia: tenía los dientes muy grandes, tanto que superaban el tamaño de su boca, haciéndola aparecer desmejorada. Dicen sus cercanos que le costaba cerrarla para esconder unos incisivos desproporcionados, devoradores que, según ella, la afeaban.
La tercera y quizá la que más la marcó cuando niña, fue cuando creyó descubrir que su madre tenía en el desván un amigo escondido. Siempre estaba hablando de ese hombre y apenas tenía un momento libre, corría hasta el entretecho para leer cosas que él había escrito. «Quizá son cartas de amor», pensaba la pequeña Aurora.
Más tarde pudo deshacer la fantasía, ya que junto al tal Dickens aparecieron en labios de su madre, en forma también recurrente, los nombres de un señor identificado como Walter Scott y otro a quien llamaba Robert Louis Stevenson. Cuando se enteró, reflexionó con una cordura impropia en una niña de muy cortos años y concluyó: «No es posible que mi madre, siendo como es, tenga tres enamorados a la vez». Así se sacó esa espina, pero fue tan intuitiva e inteligente que se guardó el secreto y nunca se lo comentó a su padre.
Eudora fue a todas luces una niña precoz. A los dos años rezumaba viveza; era despierta. Por lo mismo sus progenitores le autorizaron para entrar a cualquier habitación de su casa, si el objetivo era hojear libros, aunque aún no sabía leer. Se obnubilada con las láminas. En estos años los libros contenían bellas ilustraciones. Un buen editor jamás lanzaría un libro solamente con texto. Había que estimular la imaginación del lector con hermosos dibujos alusivos al relato. Fueron los años de los grandes ilustradores como Gustave Doré, Joaquín Espalter, Adolphe Lalauze, Andrew Newell Nyeth, Chen Yfei, Beatriz Rotter, Bob Kane y Martin Jarrie.
Cierta vez le leyeron «El Gato con botas», pero a ella no le gustó el personaje. Lo encontró fanfarrón. Desde ese momento nunca se fio de felino alguno.
La biblioteca de su casa no era muy grande. El capital de sus padres para ir adquiriendo la aparición de nuevas obras era menguado. Lo que sí había, y bastante, eran diccionarios, enciclopedias. Eudorita prácticamente aprendió a leer en las páginas de la Enciclopedia Columbia, la Enciclopedia Ilustrada Compton y la última edición de un mamotreto titulado El Libro del Conocimiento.
Sus padres la dejaban leer todo lo que estuviera al alcance de sus manos, pero tenía prohibido trepar a un taburete o una escalerilla para alcanzar a los volúmenes que estaban en las repisas más altas.
La consigna de sus padres era: cada cosa a su tiempo.
Después se aficionó a la ópera. Su padre amaba el género y tenía como un tesoro y libro de cabecera, una obra que había editado la casa Musical Victrola. Allí aparecían las historias temáticas y hermosos retratos de Melba, Caruso, Galli-Curci y Geraldine Farrar. Se complementaban con los respectivos discos del Red Seal (Sello Rojo) que Eudorita también escuchaba.
Leía y escuchaba música. Pero faltaba algo: la imagen, lo figurativo. De pronto, siendo, ya una adolescente, apareció en sus manos una cámara de fotografía. Regalo de su padre: una cámara Kodak. Con ella comenzó a retratar todo lo que se le ponía por delante. Tenía buen sentido del encuadre y de las luces. Sus tomas decían algo que no se podía expresar con palabras. Surgía desde lo más profundo de su interior. Gustaba captar imágenes en el espacio abierto. Recorría calles y zaguanes. Observaba mucho antes de accionar el obturador. Esperaba algún gesto diferente de los modelos fuesen personas o animales, plantas u objetos.
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Todavía no escribía literariamente. Solo pensamientos e impresiones. Antes de cumplir los 30 años Eudora realizó un largo y azaroso viaje por las orillas del Mississippi. Recorrió pueblos olvidados y villorrios donde la vida era muy difícil para sus habitantes. Todo eso lo atrapó con la lente de su cámara Kodak. Ofreció sus trabajos en Works Progress Administration. Le publicaron algunas tomas. Incentivada por esto, se trasladó a Nueva York para intentar que le publicaran sus fotografías. No fue fácil y consiguió muy poco, aun recurriendo a Berenice Abbott una fotógrafa premiada.
El año 1936 marca su historia personal. La Revista Mississippi le publica su primer cuento «Death of a travelling salesman» (La muerte del vendedor ambulante). Increíble, y acto seguido la famosa galería de fotografía «Lugene Opticians» monta una exposición con sus trabajos.
Eudora comienza a creer en ella, a pesar de su aspecto un poco descolorido. Comienza a inclinarse hacia la escritura. Escribe cuentos, de preferencia, pero le molesta que la sitúen junto a William Faulkner, Flannery O’Connor, Carson McCullers y Katherine Ann Porter, como un miembro más de la corriente bautizada como «Deep South Writers» (Escritores del sur profundo). Sentía que su visión de esos escenarios era distante y diferente a los códigos establecidos para ese estilo. Además, su familia no era originaria de esas tierras. Su modo de vida y sus acciones no estaban tan arraigados en el Sur Profundo como en Faulkner y su tribu. Su modelo era Anton Chejov por su gran sentido de observación y su capacidad para seleccionar la rareza de las personas.
Sus fotografías son su primera forma de escritura. Deambula por la periferia de los pueblos, emerge en las zonas bravas, observa a las gentes y las capta sin poses previas ni arreglos focales. Apunta con el ojo y la lente y aprieta el obturador. Salen imágenes diferentes, dotadas de una espontaneidad requerida, pero no siempre lograda. Preferentemente sus personajes son gente de color y no podía ser otra manera en los andurriales del Mississippi.
Había sin embargo un pálpito que punzaba en su interior. Quería usar también las palabras. Comienza a escribir, temerosa al comienzo, más segura después. Lee mucho, como lo hacía cuando era una niña en la biblioteca de sus padres. Se entusiasma con Chejov. Como todo joven principiante se empapa de su estilo, de su forma de construir historias. Tiene un bagaje inmenso en su pecho. En su cabeza dan vueltas las frases que pronto llevará al papel. Crea personajes que sólo ella conoce. Los dota de un poderosas vida interior y los hace hablar con sus gestos y miradas, con sus ropas de andrajos y sus sonrisas blancas e inseguras.
Eudora ya es escritora. Recibe en 1941 el apoyo de la gran narradora de moda, de esos años, Katherinne Anne Porter. Ese año, cuando Eurora publica «A curtain of green» (Una cortina de follaje), su primer libro de relatos, con prólogo de Porter, lo cual se interpreta como un espaldarazo de la narradora consagrada a una escritora naciente.
Eudora tiene en ese momento solo 32 años.
En 1944 viene el reconocimiento del «gran jefe» del «Deep South», William Faulkner, quien el escribe una carta, donde le dice: You’are doing all right (Lo estás haciendo muy bien). Ella corrió a su cuarto en el segundo piso de su casa materna, entró como exhalación a su cuarto y clavó con un gran alfiler la carta sobre el muro de cabecera. Allí lo mantuvo por largos años de su carrera como un emblema y una fuente de inspiración. Poco tiempo después, el famoso Henry Miller quiso hacer lo mismo que Faulkner y fue a visitarla a su casa, pero no tuvo suerte: la madre de Eudora le tiró la puerta en la nariz, rechazándolo por escribir novelas obscenas (sic).
Y siguen los avances y los éxitos. Eudora impone un estilo con ramificaciones hacia el llamado «Sur profundo», pero con matices propios.
En 1973 publica «La hija del optimista» y le otorgan el Premio Pulitzer.
Casi veinte años antes, durante 1950, Eudora viaja a París y deja olvidada a propósito en un banco del metro su cámara fotográfica. Está optando por la literatura. Sería un camino sin reversa.
Autor de la introducción: Ernesto Bustos Garrido (Santiago de Chile), periodista, se formó en la Universidad de Chile. Al egreso fue profesor en esa casa de estudios; también en la Pontificia Universidad Católica de Chile y en la Universidad Diego Portales. Ha trabajado en diversos medios informativos, televisión y radio, fundamentalmente en el diario La Tercera de la Hora como jefe de Crónica y editor jefe de Deportes. Fue director de los diarios El Correo de Valdivia y El Austral de Temuco. En los sesenta fue Secretario de Prensa del Presidente Eduardo Frei Montalva. En los setenta, asesor de comunicaciones de la Rectoría de la U. de Chile, y gerente de Relaciones Públicas de Ferrocarriles del Estado. En los ochenta fue editor y propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar. Desde fines de los noventa intenta, quizá tardíamente, transformarse en escritor.
El País de Eudora Welty (Diario El País)