Confidencialidad y redes sociales. El problema no es Mark Zuckerberg

Estoy pensando en la pésima relación que hay entre la confidencialidad y las redes sociales. Y no está el problema, creo yo, en los grandes empresarios como Mark Zuckerberg, creador de Facebook, en el que algunos ponen el foco cuando presienten que su intimidad está en peligro. El peligro no está en Zuckerberg y similares, sino en el círculo más cercano, que muchas veces cuenta más de lo que debería.

En el caso de Antonio Resines resulta llamativo que durante el mes que ha pasado en la UCI ni su mujer ni su hijo se hayan esforzado en darnos el parte médico, pero bastaba que se pasara algún conocido a hacerle una visita para que el ancho mundo conociera su estado de salud. Santiago Segura incluso nos ha pedido que rezáramos por él, o que le enviáramos buenas vibraciones, una petición que puede haber llevado a algunos seguidores del actor a creer que le quedaba poco de vida. ¿No deberían ser sus familiares los encargados de gestionar esa información tan delicada?

Tal vez en el caso de Resines estos amigos hayan compartido información con las redes sociales con el permiso de la familia. No lo sé. Lo que sí sé es que si yo fuera al hospital a ver a un amigo, famoso o no, me abstendría de dar el parte médico a personas desconocidas. Eso, insisto, no me correspondería a mí.

Mark Zuckerberg

Tal vez yo sea más discreto de lo que pueda parecer. Cuento cosas sobre mi vida, sí, pero en la mayoría de las ocasiones esta información constituye material literario, apenas unos sencillos ejercicios de estilo para “hacer dedos” (que a veces luego utilizo para mis escritos “serios”).

No creo relevante que las pocas personas que me siguen accedan a daros puros sobre mí; por ejemplo, no es necesario que sepan si estoy tirado en el campo de Marte, junto a la torre de Eiffel, observando las nubes, o si estoy comiendo pescaíto frito en Chipiona. Y en caso de que yo sintiera que el ancho mundo debe conocer esa noticia (intrascendente para los demás), me gustaría darla yo, con mi estilo, con mis palabras, con mi intencionalidad, no ver mi foto publicado en Facebook con un grupo de amigos porque a uno de ellos le ha dado por explicar dónde, cuándo y con quién está.

Vale, ya lo he dicho: no me gusta que me hagan fotografías en grupo. Ni me gusta que me metan en grupos de WhatsApp sin mi permiso. Serán manías, pero son mis manías. Por eso, en reciprocidad, no publico fotografías en las que salen otras personas (que no sean mis hijos). Ni me apetece ni me parece correcto hacerlo. (Dicho esto, mis amigos tienden a ser de naturaleza discreta. Quizá por eso son amigos míos, je. O, por decirlo de otra manera, si no fueran discretos, no tendrían mi confianza).

Y en esa línea abunda mi forma de trabajar. Mi relación con mis clientes es –y debe ser– confidencial.

No soy ingenuo: todo lo que yo publico en las redes sociales deja de ser íntimo y pasa a ser algo público. Pero, ojo, he escrito el pronombre “yo”. Y lo que yo publico ya ha pasado por mi filtro personal. A partir de ahí, asumo, bajo mi responsabilidad, que esa información pueda estar sujeta a malinterpretaciones o a posibles peligros. (Ya lo dijo Nietszche: “No hay hechos, solo interpretaciones”.

Conclusión: no veamos la paja en el ojo ajeno. La confidencialidad se gestiona desde el origen; las redes sociales son solo el medio.

Francisco Rodríguez Criado. Escritor y corrector de estilo

29/1/2021

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