La vida secreta de Ethan Edwards (Centauros del desierto, de John Ford). Por Miguel Bravo Vadillo.

«Un solo deseo me embarga: el de descubrir lo que se oculta tras lo visible».

                                                                                                     NIKOS KAZANTZAKIS

Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956) es una película inagotable y, por tanto, imposible de compendiar en un artículo. Pero dado que el tema monográfico de este mes es Secretos, intentaré centrar mi comentario en lo que podríamos llamar La vida secreta de Ethan Edwards. El filme, amén de pasar por una indiscutible obra maestra de John Ford, nos presenta a uno de los personajes más enigmáticos de la historia del cine y el que a la postre se convertiría en el mejor papel interpretado por John Wayne. Hablo, cómo no, del solitario Ethan Edwards, un hombre obstinado en huir de lo que nadie puede huir nunca: de uno mismo. El alma de Ethan puede resolverse en la dicotomía amor/odio, pero con la salvedad de que su amor –el que siente por su cuñada– lo considera imposible, y su odio –el que siente por los indios– lo juzga insuperable. Y él necesita huir de ambos, que es tanto como huir de aquello que conforma su espíritu. Ethan Edwards es un hombre condenado a vivir sin hogar, cuyo pasado le provoca un hondo dolor, y este dolor marca, a su vez, su destino. Ethan Edwards es, finalmente, el hombre que debe resignarse a una búsqueda constante; pero esa búsqueda es, a priori, solo una excusa más para la huida.

La vida de Ethan Edwards está íntimamente enraizada en la historia de Texas. Y es en esta raigambre, enfatizada por el oscuro marco de su indómito paisaje, donde radica su extrema e inexorable tragedia. Dicho de otra manera, Ethan Edwards es una clara víctima de la fatalidad, cuyo origen habría que rastrearlo en unas circunstancias histórico-sociales (a su vez firmemente cohesionadas a un espacio y tiempo concretos) más fuertes que su propia voluntad e incluso que su propio entendimiento; circunstancias a las que nuestro personaje es incapaz de adaptarse, llegando incluso a actuar contracorriente. Y es que la propia terquedad de Ethan (cuyo nombre proviene del hebreo Eitan: firme, tenaz, constante…) y su carácter inflexible parecen hechos a propósito para que el fuerte viento de la adversidad hecha historia lo desgarre de sus raíces más queridas –la tierra, el hogar, la familia, el amor…–, en contraposición (recuerden la fábula que popularizó La Fontaine) al flexible junco, capaz de adaptarse tanto a la suave brisa como al viento furibundo, que vale tanto como decir a los nuevos tiempos. En este sentido, el personaje de Martin Pawley bien podríamos considerarlo una metáfora del junco; un junco salvaje si quieren, pero junco al fin y al cabo.

Centauros del desierto

Pero entremos en materia. La película que nos ocupa comienza con la escena en que un hombre –Ethan Edwards– llega al rancho de su hermano, y termina con la escena en que ese mismo hombre se marcha. Cuanto ocurre entre ambas escenas y, por tanto, ante los ojos del espectador, no es para nosotros ningún secreto; pero sí lo es de dónde viene y hacia dónde se dirige ese hombre. Es obvio que viene de su pasado, y que se encamina hacia su futuro. Este, quién puede asegurarlo; en cuanto a su pasado, Ford nos da las claves para descubrirlo en los primeros veinte minutos de película. Y es ese pasado lo que vamos a intentar desvelar en estas páginas. A este respecto, y como si de un novelista detectivesco se tratara, el propio director nos da las pistas que necesitamos para resolver los enigmas que encierra el argumento completo de la película, que, a su vez, conforman toda la vida de su protagonista. Solo debemos seguir esas pistas y aplicar un pequeño análisis deductivo. Sherlock Holmes aplicaba así su método: «Si descartamos lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, necesariamente tiene que ser la verdad». A esta consideración quiero añadir otra, por estimarla de gran utilidad para el fin que nos ocupa: si aquello que presumimos cierto hace que la película gane en riqueza de matices será lícito tomarlo, definitivamente, como verdadero; ya que casi con total seguridad el propio director (un tipo listo, al fin y al cabo) habrá tenido en cuenta esa misma circunstancia.

Según este supuesto, entiendo que Debbie es hija de Ethan; y él lo sabe. Al igual que lo sabe el reverendo capitán Clayton y, claro está, la propia Martha. Es absurdo pensar que Ethan confunde a Debbie con Lucy cuando llega al rancho de su hermano, como si no supiera que lleva ocho años fuera de casa, o ignorase quién es quién en ese hogar. Lo sabe perfectamente. Pero finge esa confusión porque siente la necesidad de alzar a su hija en brazos, como gesto de reconocimiento de la paternidad (tal y como estipulaba la ley romana); gesto que se repetirá de manera significativa hacia el final de la película, convirtiéndose así en una de sus claves visuales. Por otra parte, vale la pena considerar el significado del nombre de Aaron, que también proviene del hebreo y, según algunas fuentes, significa progenitor de mártires. A este respecto, Lucy y Ben –hijos de Aaron– pueden ser considerados mártires, ya que mueren a manos de los comanches; pero no muere Debbie (otra razón para pensar que esta no es hija de Aaron). Y el hecho de que Debbie no esté aún bautizada, también parece apoyar esta teoría.

En otro orden de cosas, me gustaría resaltar que cuando Ethan regresa a casa en la primera escena del filme, podemos estar seguros de que no lo hace por primera vez. Ya hubo antes una primera salida, como después habrá una tercera.

La primera salida de Ethan tiene lugar después de que los comanches maten a su madre. En la lápida en la que Debbie intenta refugiarse del ataque comanche podemos leer lo siguiente: «here lies mary jane edwards killed by comanches may 12 1852 a good wife and mother in 41 year». Es decir, que la madre de Ethan es asesinada por los comanches dieciséis años antes de la fecha en que se inicia el filme (1868). La lápida que aparece al lado de esta bien pudiera ser la del padre de Ethan, muerto también a manos de los comanches en 1852, aunque no podemos ver la fecha exacta, o bien la lápida de otro familiar de Ethan (un hermano o, más presumiblemente una hermana); esto no lo sabemos con certeza porque no podemos leer el nombre de la lápida, solo la terminación del apellido Edwards y el año de 1852 (aunque sí vemos la terminación de la palabra comanches). Pudiera ser que por entonces, Ethan y Martha ya estuviesen enamorados; pero Ethan debe unirse a la partida de jinetes que sale en busca de estos comanches (1). Este hecho provocaría que debiera separarse de su amada, a la que encontrará casada con su hermano (que también entonces se quedaría cuidando del rancho), a su regreso. En este caso, la relación entre Martin y Laurie podría reflejar una historia muy similar, una historia paralela, que nos informa sobre lo que pudo ocurrir entre Ethan y Martha dieciséis años antes. La diferencia estriba en que Martin sí llega a tiempo (por los pelos) de evitar la boda de Laurie con Charlie McConrny, mientras que Ethan llega demasiado tarde (en este caso, su Penélope particular no habría tenido demasiada paciencia). Aunque también es posible que Martha ya estuviera casada con Aaron cuando se enamora de Ethan, y, por ser este el hijo soltero, es el que debe partir, quizá junto a su padre, en busca de los comanches que asesinaron a su madre. Estas circunstancias no las aclara el filme, pero me inclino más a tomar por cierta esta última opción ya que Aaron no parece sospechar nada de la relación de su esposa con su hermano ni se hace ningún comentario sobre la posibilidad de un noviazgo entre Ethan y Martha anterior a su boda con esta.

centauros del desierto

Sea como fuere, vemos que Martin no solo es el héroe moral del filme, sino que, además, en contraposición a Ethan, es el personaje al que le acompaña la suerte. Siempre es el ganador: incluso será él quien mate a Cicatriz. Ethan, en cambio, es el constante perdedor. No solo pierde las guerras en las que participa, sino también a los seres que ama. Ethan es el hombre equivocado, el antihéroe que se limita (en un acto poco heroico, la verdad) a cortar la cabellera de su enemigo muerto. Pero es la pérdida de sus padres a manos de los comanches, y la pérdida de su amada Martha, su renuncia en favor de su hermano, lo que provoca en él la amargura y el resentimiento de los que hace gala durante toda la película. Es esta, también, la razón por la que odia a los indios, a quienes culpa de todos sus males. Pero no debemos olvidar que más que el color de la piel, odia sus costumbres. No es un odio a la raza, sino a una forma de vida que no considera compatible con sus creencias ni con sus ideas sobre lo que debe ser una sociedad civilizada. El hecho de que Ethan corte la cabellera a Cicatriz es, quizá, lo que le hace comprender que las costumbres de los hombres (y, por ende, de los pueblos) son circunstanciales, y que por encima de esas costumbres está el derecho a la vida de todo ser humano. Justo cuando Ethan, hacia el final de la película, levanta en brazos a Debbie (a la que ya no desea matar, a pesar de considerarla medio india) es cuando se convierte en un héroe verdadero, pues ha superado sus prejuicios y ha redimido su pasado cruento con un nuevo acto de reconocimiento del amor que siente por su hija. Ha apostado por la vida en detrimento de sus convicciones ideológicas, algo poco usual en la historia del hombre. Ese es su gran acto de heroicidad. Martin, en cambio, representa desde el principio el prototipo de un hombre nuevo: tolerante, solidario, conciliador; el hombre mestizo en aspecto e ideales, el más americano, el futuro de la nación tal y como lo entiende Ford.

Pero volvamos sobre la primera salida de Ethan. Tras el regreso de esta primera salida es fácil suponer que Ethan y Martha reanudan en secreto su relación o, de forma más verosímil, inician esa relación tras el enamoramiento de ambos. Fruto de esta relación nacerá Debbie. Entonces será cuando Martha comience a sentirse culpable y decida confesar sus relaciones adúlteras al reverendo Clayton, quien le aconseja que rompa esa relación y no vuelva a dar esperanzas de amor a Ethan. Ante la presión del reverendo, y el rechazo consiguiente de su amada, Ethan decide poner tierra de por medio aprovechando la entrada de Texas en la Guerra de Secesión.

En 1865, fecha en que finaliza la guerra (cuya última batalla se libró, precisamente, en Texas), el general unionista Hamilton fue designado gobernador provisional de Texas y prometió la amnistía a los exconfederados si prometían apoyar a La Unión en el futuro. Pero Ethan no vuelve a casa tras finalizar la Guerra de Secesión, sino que lo hace tres años más tarde. Como sabemos, prefiere marcharse a México a las órdenes del general Shelvy (confederado como él), para luchar como mercenario a favor del emperador Maximiliano I de México (la medalla que Ethan entrega a Debbie así lo demuestra), y en contra de los intereses de La Unión, de la que ahora Texas formaba parte. Es decir, que podemos considerar a Ethan, desde esta perspectiva, como un renegado del Sur y casi un traidor a su patria; aunque, como él mismo dice, un hombre solo puede jurar lealtad una vez, y él lo hizo a los Estados Confederados de América.

Uno de los hechos más curiosos de la película es que nada sabemos sobre el padre de Ethan. En la década de 1820 la población de Texas era muy escasa y el gobierno mexicano (Texas sería mexicana entre 1821 y 1835) tenía muchas dificultades para atraer mexicanos a esta zona del país. A fin de poblar estar tierras, con su consiguiente desarrollo, México buscó pobladores en Europa y, especialmente, en Estados Unidos. Cuando México llegó a un acuerdo con Stephen F. Austin, permitió que varios cientos de familias estadounidenses se mudaran a la región. Es posible que la familia de Ethan fuera una de estas que se trasladan a Texas. Este grupo fue conocido como Los Viejos Trescientos, una colonia de trescientas familias situada a lo largo del río Brazos. Más tarde, México abolió la esclavitud en todo el país, pero los inmigrantes estadounidenses habitantes de Texas se negaban a cumplir esta ley. Otras medidas que disgustaron a los texanos fueron el desarme obligatorio y la expulsión de los inmigrantes ilegales provenientes de Estados Unidos. A causa de estas y otras consideraciones, se iniciaría la llamada Revolución de Texas, que perseguiría la independencia de esta con respecto de México, lograda en 1836. Es de suponer que en ella luchó el padre de Ethan (y quizá incluso resultase muerto, si acaso no es suya la lápida que aparece junto a la de la madre), por lo que la lucha del propio Ethan a favor de Maximiliano y en contra de Juárez (a quien apoyaba La Unión) adquiere matices más dramáticos aún que si solo consistiera en una traición a su país (ya que, de alguna manera, también estaría traicionando la memoria y los ideales de su padre). En cualquier caso, si la tumba que aparece junto a la de la madre de Ethan no es la de su padre es de suponer que este murió en tierras lejanas, bien en la guerra contra México o bien a manos de los indios cuando salieron tras ellos después de la muerte de su madre.

A este respecto, son muy significativas algunas de las escenas que podemos ver al principio del filme. Por ejemplo, cuando Ben pregunta a su tío Ethan por qué ha tardado tanto en volver de la guerra si esta acabó hace tres años, Martha evita que responda, al tiempo que envía a su hijo a la cama. También interrumpe cuando su marido pregunta a Ethan por qué, antes de la guerra, se quedó en el rancho sin una razón aparente, cuando en realidad quería marcharse. La razón era su amor por Martha, un amor, por supuesto, ya consumado. Y vuelve ella a interrumpir cuando el reverendo y capitán Clayton pregunta a Ethan si ha cometido algún crimen. Martha, muy asustada, ofrece café a Ethan, dándole a entender que no debe responder. Ethan, sin embargo, responde con otra pregunta: «¿Eso me lo pregunta el capitán o el predicador?». Evidentemente Ethan ha cometido faltas tanto contra el Estado como contra la religión, y ambos (él y Clayton) lo saben. Además de todo esto, Clayton le advierte de que encaja en muchas descripciones (2); lo cual puede corroborar el hecho de que haya estado viviendo como forajido en la frontera de California, de cuyos actos delictivos podrían provenir las monedas de nuevo cuño que entrega a su hermano (en concreto las águilas dobles pueden ser las del tipo Liberty Head, acuñadas en 1866 con el lema In God We Trust, en Dios confiamos, lema cogido de una estrofa del himno nacional americano The Star-Spangled Baner). También cabe suponer que antes de unirse al ejército de Maximiliano, Ethan fuera uno de tantos veteranos confederados que de regreso a sus hogares (o sin rumbo fijo) se convirtieron en forajidos que asesinaban y saqueaban sin distinción de bandos, teniendo sus cuarteles en territorio indio (lo que explicaría que Ethan conozca tan bien sus costumbres). Estos derrotados sudistas acarreaban un hondo sentimiento de que su sacrificio había sido en vano, que, unido al hecho de que no se les había pagado en dieciséis meses, hacía que se sintieran con el derecho de ejercer el pillaje tanto contra las propiedades del gobierno como contra la propiedad privada.

Nada comentaré de la tercera salida de nuestro protagonista, que es la que narra la mayor parte de la película y sirve como viaje iniciático a Martin Pawley. Sí quiero señalar mi secuencia y frase favoritas. La secuencia es aquella en que Ethan, tras desensillar su caballo, y sospechando el ataque de los comanches al rancho de su hermano, levanta la mirada por encima del lomo del animal. Todo lo que significa Ethan Edwards está en esa antológica mirada de John Wayne. Es una mirada que compendia toda su vida, a la vez que el personaje parece comprender, no con poco dolor, el irremisible y obstinado destino de su existencia. Esa mirada une la nostalgia de tiempos mejores, así como el doloroso recuerdo de los peores, a la preocupación por lo que pueda estar sucediendo en ese momento en casa de su hermano y a la sensación de impotencia que siente por no poder estar allí en ese preciso momento. Después, cuando ve el rancho ardiendo, comprendemos que sus peores presagios se han cumplido: Ethan sabe qué ha ocurrido exactamente en el racho, porque no es la primera vez que lo ve, y sabe que su amada Martha ha muerto del mismo atroz modo en que murió su madre. Sus gritos desgarradores, llamando al amor de su vida, definen perfectamente a un personaje que, a pesar de su fortaleza exterior, está completamente roto por dentro.

Mi frase favorita (más bien es todo un párrafo) la pone Ford en boca de la madre de Laurie. Como es bien sabido, Wayne rinde un homenaje a Harry Carey, la primera estrella del western de Ford, en la última escena de la película. Pero también se apunta a este homenaje el propio Ford cuando pone en boca de su viuda –Olive Carey, que interpreta a la señora Jorgensen, la madre de Laurie– la que considero la frase crucial de la película, la que todo lo resume y concentra. Cuando su marido dice que fue Texas la que mató a su hijo (el prometido de Lucy), ella le interrumpe con estas palabras: «Lars, basta. Da la casualidad de que somos de Texas. Y un texano no es más que un ser humano vulnerable. Este año y el siguiente… Tal vez durante cien años más. Pero no creo que para siempre. Algún día este país se convertirá en un lugar donde se podrá vivir. Tal vez nuestros huesos tengan que estar enterrados antes de que eso ocurra» (3). Ethan –el hombre que ha vivido esa realidad texana en su propia carne, con toda la crudeza que quepa imaginar– queda impresionado por estas palabras; y el señor Jorgensen le aclara, con cierta resignación, que su esposa habla tan bien porque fue maestra.

Centauros del desierto

Centauros del desierto es, ciertamente, una epopeya homérica, pues en ella se narra la historia americana desde una perspectiva tan épica y cruenta como lo podría haber hecho el propio Homero. Los hombres casi siempre aparecen fuera del hogar, buscando algo en el océano amarillo del desierto, mientras las mujeres aguardan bajo el marco de una puerta el regreso de los fatalmente desarraigados. Algunos no volverán, otros quizá lo hagan demasiado tarde. Pero Centauros es también, como apuntaría el propio Ford, una epopeya psicológica; y para aclarar esta afirmación necesitaría otro artículo tan extenso como este. Quizá en un futuro no muy lejano tenga ocasión de escribirlo.

En cuanto al futuro de Ethan Edwards, cabe preguntarse hacia dónde puede ir un hombre que no ha encontrado su sitio en ninguna parte, un hombre errante en los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XIX. Quizá solo pueda ir a un lugar, a una tierra de promisión y esperanza, y que él mismo cita también en los primeros veinte minutos de película: California. Un buscador infatigable, pero también un perdedor nato –no solo pierde a toda su familia y a su amada tierra de Texas, sino también a las mujeres que llegaron a significar lo más importante para él: su madre, su amada y, por último, su propia hija (a quien debe abandonar en casa de los Jorgensen, sin confesarle siquiera que él es su padre)–; alguien que ha pasado toda su vida buscando algo que no ha encontrado jamás o que ha perdido apenas ha comenzado a saborear su dulzor, un hombre así es posible que vaya a California a buscar oro –como tantos otros durante los tiempos del famoso John Sutter–; pero, sobre todo, irá, y ahora tiene más tiempo que nunca para hacerlo, a buscarse a sí mismo.

¡Y quién sabe!, quizá algún día Ethan Edwards vuelva a aparecer a lomos de su caballo en busca del abrazo acogedor y comprensivo de esa hija que ahora deja atrás y del cariño alborotador y pacífico de sus nietos (si llegara a tenerlos). O, en el peor de los casos, quizá no vuelva jamás y quienes sepulten su cuerpo, lejos de su amada y despiadada tierra texana, ni siquiera conozcan su nombre.  

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1.- Ethan nunca habla de su madre ni de la muerte de esta a manos de los comanches. Pero es fácil imaginar que estos comanches pertenecen a la misma tribu Nawyecky de la que luego sería jefe Cicatriz y que, tanto cuando los persigue para recuperar a Debbie, como cuando lo hace para vengar la muerte de su madre, lo mantienen en una larga búsqueda; pues es costumbre de estos indios dar enormes rodeos. Este hecho justificaría la tardanza de Ethan en volver a casa. Si bien, también existe la posibilidad de que en el ataque en que murió su madre, hubiese sido raptada alguna hermana que pudiese tener el protagonista. Pero esta deducción ya es más aventurada, pues creo que en la película no hay ninguna pista que nos oriente en esta dirección; si bien, es verosímil. La medalla que Ethan regala a Lucy cuando esta es pequeña, bien pudo pertenecer tanto a su madre como a esta supuesta hermana.

2.- Frase tomada de los subtítulos castellanos a la versión original del filme.

3.- Idem.

La vida secreta de Ethan Edwards (Centauros del desierto, de John Ford). Artículo corregido sobre el publicado en la revista de cine Versión Original en junio de 2010 (n.º 183, monográfico Secretos).

Miguel Bravo Vadillo

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