Historia ficticia para una muñeca verdadera
Una nota de Ernesto Bustos Garrido para un cuento oculto de A.M. Homes
Este un relato ficcional, con una muñeca del tipo Barbie como figura estelar. La historia posee una suerte de erotismo entre fingido y explícito. Da la impresión de que la muñeca, por momentos, es una personita muy sensual, muy parecida a las chicas de hoy que pueden desatar pasiones en seres reales.
El lenguaje para este cuento es pristiño, sin expresiones alambicadas ni frases construidas con papel crepé. Es fácil de leer a pesar de que la traducción presenta algunos gafes (españolismos) perfectamente sustituibles.
La historia de esta muñeca hecha de un material plástico y ropa de fantasía surge casi de la nada. Esto es un mérito de la autora, A. M. Homes (Washington DC 1961), y por lo mismo no se debe esperar nada extraordinario en su transcurso de la trama, salvo el final o los finales que emergen en varios puntos del relato.
El tiempo de la historia es hoy. Está enmarcado, además, en unos instantes, algunas horas, muy pocas. No hay recontos. Todo fluye hacia adelante.
La muñeca Barbie es el personaje central. Su devenir está a cargo de un narrador omnipresente, que a su vez es protagonista.
La autora juega entre la fantasía (un romance muy real entre un tipo de carne y hueso y esta muñeca Barbie que pertenece a una niña llamada Jennifer y que bebe Coca Cola mezclada con Valium) y la realidad de estos días (la de los juguetes caprichosos). Las muñecas Barbie lo son, según definición de Alvin Tofler (El shock del futuro y La Tercera Ola). Corresponden a una monumental industria del entretenimiento basada en la transitoriedad de su duración, y que fue creada por los americanos y seguida por los japoneses y los chinos, con una danza de millones y millones de dólares en producción y ventas, con un marketing salvaje que acosa publicitariamente, sin asco, a los niños y adolescentes de todo el mundo y que representan, junto a sus padres, su mercado objetivo.
Hasta hace unos años las muñecas Barbie no hablaban; solo se movían si los niños les accionaban sus brazos, piernas y cabeza articulados. El diálogo y las palabras solamente fluían si el la niña o el niño las imaginaba hablando. Era un mundo de fantasía pura. Hoy hay Barbies para todos los gustos y usos, incluso unas Barbie inflables para adultos mayores.
La Barbie de esta historia es un poco, si no enteramente, un objeto sexual. Ella misma reconoce que su amigo Ken la desea. Y eso a ella le gusta. La trama es así una apuesta al erotismo de estos días, muy sutil, tratado magistralmente por A. M. Homes, la autora del relato.
Se dice que ella es una de las más fieles representantes femeninas del actual realismo sucio americano, el mismo que practicaban Raymond Carver y John Cheever. Ha escrito un libro, entre varios, titulado «El final de Alicia», donde cuenta la historia de un pedófilo y criminal llamado «El Chappy». Homes lo presenta de un modo tal, que se aparecen ciertos rasgos de humanización en el personaje. Esto le valió ácidas críticas en los Estados Unidos, y en Inglaterra el libro fue prohibido en las tiendas W.H. Smith.
Quizá esto fue beneficioso para la escritora. (No hay nada mejor para un artista que su obra sea censurada o robada; eso les sube sus bonos espectacularmente). Aparte de este «traspié» A.M. Homes o su agente de prensa también han sabido explotar una «fake news» que, a pesar de estar desmentida reiteradamente, aún revuelve las cenizas del sensacionalismo amarillista de cierta prensa: Durante un tiempo corrió la especie de que Amy Michel Homes era hija de Jack Kerouac y Susan Sontag. Alguien con mucha fantasía los juntó en un dormitorio y allí en un dos por tres, engendraron la criatura. ¿Por qué la especie? Corre la versión de que cuando A.M. Homes nació (esto es real) fue entregada en adopción por su madre biológica, cuya identidad es desconocida. ¿Por qué no achacarle a Sontag ese pequeño desliz? Así se construyó el chisme…
En cualquier caso, Homes también ha sabido dar que hablar con su obra. Ella misma es una rupturista en muchos sentidos. Su primer libro se llamó «Jack». Jack es un niño que lo único que desea es ser feliz, a pesar de que sus padres se van separar. Pero eso no es todo, porque, poco antes de partir, su padre lo llevó a un paseo a una laguna. Allí, arriba de un bote y en medio le agua le confesó que él era gay. ¡Plop!
Hoy día Amy es toda una celebridad de las letras estadounidenses. La han encasillado en la llamada «Generación quemada», un grupo de escritores y escritoras entre los 30 y los 50 años. Ella es del 1961 y tiene actualmente 58 años. La «Generación Quemada» reúne a diecinueve autores, la mayoría obedientes a los dictados del postmodernismo. Se llaman así debido a un texto escrito por David Foster Wallace «Encarnación de una generación quemada», quien aportó el nombre y el renombre con su propio suicidio.
Le han preguntado cómo se llama lo que ella escribe y responde así: «En el pasado mi escritura se describió como ‘ciencia ficción emocional’, ya que introducía un elemento surrealista en lo cotidiano. Y, sin embargo, la vida cotidiana de hoy se ha vuelto completamente extraña, surreal, y ya no sé qué hacer. Me provoca cierta incomodidad. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Cuando la gente dice que esto es la ‘nueva–normalidad’ se pasa por encima el hecho de que no es normal en absoluto. Por eso miro el mundo a mi alrededor y, con la boca abierta, asombrada, y con un lápiz en la mano, trato de encontrar palabras para darle sentido».
Y vaya que lo consigue…….
Enamorando a una muñeca Barbie
A. M. Homes
Salgo con Barbie, tres tardes por semana, mientras mi hermana está en clases de baile; la separo de Ken. Hago prácticas para el futuro.
Al principio iba al cuarto de mi hermana a contemplar a Barbie que vivía con Ken sobre un pañito encima del tocador.
La miraba sin mirarla. La miraba, y de repente, me di cuenta de que tenía los ojos fijos en mí.
Estaba sentada junto a Ken, que frotaba distraídamente su muslo y su pantalón de color caqui contra la pierna desnuda de Barbie. Él se frotaba contra ella, pero ella mi miraba a mí.
–Hola, dijo.
–Qué tal, respondí.
–Soy Barbie –dijo., y Ken dejó de frotarle la pierna.
–Lo sé.
–Eres el hermano de Jenny.
Asentí. Mi cabeza se movió arriba y abajo como una marioneta con peso dentro.
–Tu hermana me cae muy bien. Es muy simpática –dijo Barbie–. Una niñita encantadora. Sobre todo últimamente, se arregla mucho y ha empezado a pintarse las uñas.
Me pregunté si Barbie se daba cuenta de que su dechado de perfecciones se mordía las uñas y de que, cuando sonreía, tenía en los dientes manchas de esmalta de uñas morado.
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Me pregunté si sabía que Jennifer coloreaba con un rotulador los trozos que se había mordido y astillado y que luego, a veces, se chupaba los dedos, de manera que sólo tenía manchitas de esmalte en los dientes, sino además su lengua ofrecía la más extraña de las tonalidades violetas.
–Oye –le dije–. ¿No te gustaría salir un rato? ¿Tomar un poco de aire? ¿Quizá dar una vuelta por el jardín?
–Vale, dijo.
La cogí por los pies. Parece extraño, pero estaba demasiado asustado para hacerlo por la cintura. La agarré por los tobillos y me la llevé como si fuera un pirulí.
En cuanto salimos y nos instalamos en el porche de lo que solía llamar mi fortín, pero al que mi hermana y mis padres se referían como la casa de muñecas, empecé a tener sudores fríos. Me di cuenta de repente y con toda claridad de que había salido con Barbie. Y de que no sabía qué decir.
–Dime, ¿qué tipo de Barbie eres? –pregunté.
–¿Cómo?
–Bueno, a fuerza de oír a Jennifer sé que hay Barbie Día y Noche, Barbie Movimientos Mágicos, Barbie Regalo, Barbie Tropical, Mi Primera Barbie, y muchas más.
–Soy Tropical –dijo «Soy Tropical» de la misma manera que una persona diría » soy católico» o «soy judío»–. Me entregan un bañador de una pieza, un cepillo y una tira de encaje que se puede llevar de muchas maneras –me explicó con voz chillona.
Chillaba al hablar. Resultó que aquella voz chillona era un defecto de fabricación. Hice como que no me daba cuenta.
Estuvimos en silencio un minuto. Una hoja más grande que Barbie se desprendió del arce que teníamos encima y la cogí justo antes de que le cayera encima. Tuve casi la esperanza de que chillara. «Me has salvado la vida. Soy tuya para siempre». Pero lo que dijo fue, con voz totalmente natural:
–Caramba, qué hoja tan grande.
La miré con detenimiento. Sus ojos eran de un azul brillante, como el océano cuando hace buen tiempo. Miré y, al cabo de un instante, me noté que tenía el mundo entero, el cosmos, pintado con maquillaje por encima o debajo, de los ojos. Toda una galaxia, nubes, estrellas, un sol, el mar. dibujados en la cara. Amarillo, azul, rosa, y un millón de destellos plateados.
Nos estuvimos mirando; empezamos a hablar y luego dejamos de hablar y volvimos a mirarnos. Fue un diálogo entrecortado, en el que los dos metíamos la pata, decíamos cualquier cosa, y luego, al instante, nos arrepentíamos de haberlo dicho.
Era evidente que Barbie no se fiaba de mí. Le pregunté si quería beber algo.
–Una coca cola light –dijo.
Y me pregunté quién demonios me mandaba a ser tan cortés.
Entré en casa, subí al dormitorio de mis padres y cogí un par de valiums. Me tragué uno acto seguido. Pensé que si lograba estar tranquilo y sereno, Barbie se daría cuenta de que no iba a hacerle daño. El otro valium lo partí en mil pedacitos y añadí unos cuantos a la coca cola light y luego la agité para que se disolviera. Se me ocurrió que si lográbamos estar tranquilos y serenos juntos, podía incluso fiarse antes de mí. Me estaba enamorando de una manera que no tenía nada que ver con el amor.
–Dime, ¿qué es lo que hay entre Ken y tú? –le pregunté después de que nos hubiésemos relajado, cuando ya se había bebido dos coca colas light y yo había hecho otra visita al botiquín.
Dejó escapar una risita.
–Sólo somos buenos amigos.
–¿Qué es lo que hay de verdad, me lo puedes decir? Me refiero a si lo hacéis o no lo hacéis.
–Lo achéish o no lo aseish –dijo Barbie muy despacito, arrastrando las palabras: parecía tan colgada que, si existiera un alcoholímetro para detectar el valium, lo habría estropeado.
Sentí haberle preparado una tercera coca cola, quiero decir que si hubiera muerto de sobredosis, Jennifer, se lo habría contado a nuestros padres sin dudarlo un momento.
–¿Es marica o algo parecido?
Se rio y casi le di una bofetada. Me miró directamente a los ojos.
–Me desea –dijo–. Vuelvo a casa por la noche y me lo encuentro esperando. No lleva ropa interior, ¿sabes? Aunque no es tan extraño como parece. Ken no tiene ropa interior. Loe oí a Jennifer decirle a su amiga que ni siquiera se puede comprar. En cualquier caso, siempre está esperando, y lo que yo le digo: «Ken somos amigos, y sólo amigos, ¿vale?». Además, no sé si te has dado cuenta, pero tiene el pelo plástico. La cabeza y el pelo son de una pieza. No se puede salir con un tipo así. No creo que estuviera a la altura de las circunstancias, ¿me entiendes? No está muy bien dotado que digamos… Todo lo que tiene es un bultito de plástico, más bien un montículo en realidad, ¿y qué demonios puede hacer con eso?
Me contaba cosas que en mi opinión yo no debería oír, pero de todos modos me inclinaba hacia ella, como si por acercarme fuese a contarme más cosas. Recogía todas las palabras y las retenía un minuto, mantenía grupos de palabras en la cabeza como si no entendiera inglés. Luego siguió y siguió, pero ya no la escuchaba.
El sol se puso por detrás de la casa de muñecas, Barbie se estremeció, pidió perdón, y corrió hasta el otro lado para devolver. Le pregunté si se sentía bien. Dijo que sí, aunque un poco cansada, que quizá hubiera pillado una gripe o algo parecido. Le di un trocito de chicle para que mascase y la volví a meter dentro de la casa.
- ¡Sal a la carretera con estilo gracias...
- Barbie está lista para divertirse...
- Su coche de dos plazas presenta un...
- Las ruedas realistas están preparadas...
- Los asientos negros del interior...
Barbie se aferraba a mí, me hacía sentir sus heridas sobre mi piel. Yo pensaba en Jennifer y en que mi hermana era muy capaz de matar a Barbie. Sin querer, cualquier día podía pasarse de la raya. No sabía si Barbie se daría cuenta a tiempo, ni si, llegado el caso, trataría de detenerla.
Y follamos. Ésa es la palabra que yo utilizaba, follar. Al principio, Barbie decía que no le gustaba, y por eso precisamente a mí me gustaba todavía más. Ella la encontraba demasiado fuerte, demasiado sonora, y decía que no estábamos follando sino haciendo el amor. Yo le decía que debía de estar de guasa.
–Follemos –dijo, y aquella tarde me di cuenta de que el fin estaba cerca–. Follemos –dijo. No me gustó cómo sonaba la palabra.
Nota: Extraído del cuento «Una verdadera muñeca», de A. M. Homes. Del libro Generación quemada. Marcos Cassini y Martina Testa. Ediciones Siruela. Año 2005 Madrid. Biblioteca Viva–Plaza Egaña–Santiago–Chile. Fundación La Fuente.
Sobre La generación quemada (El País)
- Babel. Quien no arriesga no gana
- Las sandalias se ponen de moda
- Colombo, medio siglo después
- Hablemos de cine. La infidelidad de Ilsa Lund (Reinaldo Bernal Cárdenas)
- Perfect Days