22 microcuentos de Manuel Pastrana Lozano

Manuel Pastrana Lozano es un escritor especializado en la escritura de historias mínimas: microrrelatos, minificciones, o “microcuentos”; como los llama él.

PREMIO

Convencido de que su cuento era bueno lo envió al concurso. Le dieron un premio de consuelo como el mejor de los malos.

ACCIDENTE

Luego de que el vehículo lo embistiera y huyese no preguntó por los números de su placa, sino por la dirección de la morgue.

EVIDENCIA

Frenó bruscamente, patinó, hizo un trompo, destrozó la barandilla y cayó al fondo del río. Nunca se encontró la evidencia. Ni rastros del trompo.

PRECAVIDO

Cada vez que viajaba por el espacio interestelar llevaba consigo una brújula: por si se perdía.

NUNCA MÁS

Cuando acabó la última guerra de exterminio, el vencedor exclamó jubiloso: “¡Nunca más!, hasta que inventemos la próxima”.

CUENTA CORTA

Luego de estornudar contaba hasta seis y volvía a estornudar. Por qué hasta seis –le preguntó intrigado su amigo. Porque si cuento hasta siete ya no vuelvo a estornudar –le respondió mientras contaba.

ESCRITOR FANTASMA

El escritor fantasma le escribía sus obras. Murió el escritor y apareció el fantasma.

OJEADA

En un abrir y cerrar de ojos, desapareció de su vista. Nunca había estado.

PERSEVERANTE

Al cabo de diez años terminó de escribir la primera línea. Ahora está escribiendo la segunda.

WESTERN

Iba al cine todos los días a ver la misma película. Por qué siempre la misma, le preguntó sorprendido su amigo. Por si alguna vez ganan los malos –le respondió haciéndole un guiño.

EL ÚLTIMO

Era el último sobreviviente en la tierra. Sintió unos golpecitos en la espalda, miró hacia atrás y se convirtió en una estatua de ceniza.

BORRÓN Y CUENTA NUEVA

La mano derecha no sabe lo que hace la izquierda, escribió. Dobló el brazo y borró con el codo lo que había escrito con la mano derecha.

LA VENTAJA DE SER TONTO

Le abrió el cráneo al genio, le sacó el cerebro y lo cambió por el suyo.

EL SECRETO

Cuando despertó del sueño hipnótico le dijo al médico que no le había contado toda la verdad. Lo haremos de nuevo entonces, fue la respuesta. Pero esta vez no despertó, se había llevado consigo el secreto para siempre.

AUSENCIA

Antes de partir les señaló: si preguntan por mí digan que ya vuelvo. Años después, cuando regresó, les dijo: ¿alguien preguntó por mí durante mi ausencia? Sí, muchas veces. El último se marchó hace unos instantes cuando supo que usted había vuelto.

CIELO

Agónico y postrado en la cama sólo podía vislumbrar apenas el cielo raso de su habitación. Ya en el hospital, pudo finalmente ver el cielo.

EMPATÍA

Siempre se ponía en el lugar del otro hasta que un día se quedó.

ADVERTENCIA

Cuando los coches ingleses llegaron al país, con los volantes a la derecha, los de la izquierda les advirtieron: oigan, no se les vaya a ocurrir discutir de política.

MURTE SÚBITA

Había salido ileso cientos de veces jugando a la ruleta rusa, incluso hasta con cinco balas dentro del tambor del revólver. Un día lo encontraron muerto tirado en la calle, un infarto fulminante -se dijo. Testigos vieron huir despavorido a un niño con una pistola de juguete en la mano.

EL MAL MENOR

El gobierno del mal menor –decía ese politólogo-, es lo que podría caracterizar mejor a una democracia. Es casi siempre políticamente correcto, sin hacer grandes cambios y en la medida de lo posible para mantener el régimen y la tranquilidad social. Antes de dar el golpe, el mal mayor le había dicho al menor: ya es hora, fuera, vete, intruso incapaz.

CUESTIÓN DE  GUSTOS

Como de costumbre caminaba sin prisa hasta el café cercano. Esta vez iba canturreando una melodía tropical alegre y pegajosa que se había puesto de moda sobre los objetos que aparecían y desaparecían repentinamente en el cielo sin dejar rastros: “…aquí están…sí…sí…sí…”, era el estribillo. Cuando llegó al lugar, encontró sólo un montón de escombros. Al parecer, al visitante extraño no le había gustado el sabor del café.

EL MENDIGO

Cuando hablaba sólo profería palabrotas y blasfemias entrecortadas mientras pedía limosnas en la calle y consideraba que era poco lo que le daban. Una mujer, luego de darle una moneda y recibir los insultos de costumbre, le dijo indignada: ¿no ve las barbaridades que salen de su boca, sinvergüenza? ¡No! -le gritó furioso. ¿No ve que tam… tam… bién soy cie… cie… go?

Manuel Pastrana Lozano

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Colombo, medio siglo después

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